jueves, 28 de mayo de 2009

Desde el jardín hasta la casa del gran cuñado


Allá lejos y hace tiempo, tuve la suerte de ver “Desde el jardín”, una maravillosa película basada en la novela de Jerzy Kosinski, escrita en 1971. Cuenta la historia de un hombre que jamás había salido de la misma casa donde había nacido, en la que se dedicaba al cuidado del jardín y a ver televisión. Cuando muere su tutor es obligado a dejarla, y una serie de coincidencias lo lleva a la casa de otro millonario. Su nombre -“Chance the gardener” (Chance el jardinero)- es confundido por “Chauncey Gardiner”; y su extraño discurso pleno de frases hechas y refranes simples de inspiración botánica, son tomados como expresión de sabiduría. Su fama crece… llevándolo a una posición insospechada.

La novela de Kosinski funciona como una metáfora de la imaginería popular, del manejo que los medios de comunicación hacen de la información y de la forma pasiva en que su auditorio percibe la realidad. Quizás por eso, en estos días en que las caricaturas de los políticos en campaña –por cierto divertidas y muy bien logradas- del programa de Tinelli, y repetidas hasta el hartazgo en todos los canales y horarios, recordé mi vieja película.

Como en ella, la imagen no refleja lo que es: lo que nos llega de los candidatos no son los candidatos, sino su construcción caricaturizada. Y, como toda caricatura, sesgada. Por omisión y por exageración, algunas de sus características se recortan como figura, mientras otras quedan en la sombra. Por omisión y por exageración, pero sobre todo por repetición, algunos latiguillos in-significantes se confunden con lemas, y los lemas con ideas, y las ideas con proyectos. Por omisión y por exageración, pero sobre todo por repetición, la expresión brutal de las creencias que se constituyen en el filtro a través del cual se interpreta la realidad, son des-significadas, y se confunden con latiguillos que no constituyen ningún peligro. Así, resultan tan graciosos –e igualmente aceptables- los juegos de palabras vacías de contenido de De Narváez como las declaraciones plagadas de violencia de D’Elía.

Y Moreno, “calzado” y haciendo cálculos, resulta encantador. Y Cobos, cuanto más victimizado, más invita a la compasión y a la empatía. Y Moyano, cuanto más prepotente y amenazante, más querible… Todos, cada uno de ellos, por ridiculizados que aparezcan, tienen la ventaja de que sus caricaturizaciones ofrecen una imagen más amable que la que ellos mismos son capaces de generar. La omisión, la exageración y la repetición a todos los beneficia.

Gracias a Tinelli y su grupo–por qué no decirlo- de magníficos imitadores y guionistas, la realidad se nos aparece como mucho más amable, simpática e inofensiva. Así, gracias a Tinelli y su grupo nos olvidamos de que De Narváez ya tiene experiencia como diputado, y su participación en la vida política no se ha destacado precisamente como relevante. Y que, como el niño rico del barrio que es dueño de la pelota pero no tiene habilidades, se reserva un lugar de la cancha a cambio de ponerla para el juego. O, como el hombre rico de la provincia que es dueño de medios de comunicación pero sin un prestigio ganado por su actuación, al grito obsceno de “la plata es mía, toda mía”, se aseguró el primer lugar en la lista.

Gracias a Tinelli y a su grupo nos olvidamos de que Cobos tiene una larga historia de portazos y traiciones. Sólo en los últimos dos años abandonó el Radicalismo para sumarse a las huestes vencedoras del Frente Idem, y en cuanto las papas quemaron –con la crisis del campo y la Resolución 125- sacó las manos del plato. Gracias a Tinelli y a su grupo nos olvidamos de que, con el cuerpo aún tibio del ex presidente Alfonsín, se apresuró a decir que este lo había invitado a volver. Y con el recién estrenado operativo retorno, ya estaba amenazando nuevamente con el portazo –a través de la voz de sus intendentes fieles- porque no le garantizaban los lugares en la lista que pretendía (aún cuando el enojo tenía que ver con el cuestionamiento a un candidato impresentable, un intendente vinculado a una causa por corrupción de menores y pedofilia).

Gracias a Tinelli y a su grupo nos olvidamos de que Solá estuvo frente a la gestión de gobierno de la Provincia de Buenos Aires por seis años. Años en los que no supo liderar los cambios que ahora reclama y frente a los que –ahora sí- da a entender que tiene propuestas concretas. Gracias a Tinelli y a su grupo, el combo Mauri-Francisco-Gaby –y el reaparecido Fernando– nos resultan tan, tan simpáticos y amables, que la respuesta de Solá a Tenenbaum y Zlotowiazda, en su último programa “Palabras + palabras –“ en TN el martes 26 de mayo, pasó totalmente inadvertida. Los periodistas, ante su confesión acerca de que si en el PRO no se hacían algunos cambios urgentes no ganarían las elecciones, le preguntaron si se trataba de cambios de fondo o apenas coyunturales, a lo que respondió: “todavía tenemos que discutir quiénes somos y hacia dónde vamos”. “Ah, bueno –fue la reacción de los periodistas- entonces es bien de fondo”.

En fin, gracias a Tinelli y a su grupo, hoy la Argentina parece el escenario de una novela de Kosinski, en la que una gran masa social contempla por televisión la construcción que los medios han hecho de sus candidatos a las próximas elecciones legislativas. Y, mientras la masa se ríe con las gracias de los imitadores-farsantes, en las sombras, fuera del escenario, los verdaderos candidatos juegan el juego que mejor juegan y más les gusta: el que garantiza las condiciones para que todo siga igual, aunque en apariencia algo cambie.

Pero no nos equivoquemos, no culpemos al mensajero: Tinelli y su grupo son parte del engranaje de esta máquina. Como fue antes en “Desde el jardín”, y después en “Matrix”, no todo es lo que parece. Ese es el mayor problema cuando la realidad se disfraza de apariencias.