sábado, 27 de junio de 2009

Lo que la "gripe porcina" nos está enseñando


Viviana Taylor
Quienes han tenido la oportunidad de estudiar alguna materia que incluya al menos algún contenido relacionado con la historia de la ciencia, seguramente habrán leído acerca del brote de fiebre puerperal, en el célebre Hospital de Viena, durante el siglo XIX.
Ignaz Semmelweis es recordado por haber liderado el equipo de trabajo que investigó sus causas, tratando de detenerla. Y, al menos según mi experiencia con mis alumnos, quienes toman contacto con esta historia no dejan de asombrarse por los caminos extraños que a veces toma el conocimiento, pero sobre todo por las vidas que se pierden en el proceso.
Luego, la Historia hace lo suyo: el tiempo pasa, los muertos se olvidan, los nombres de los investigadores se vuelven notables, y todos nos felicitamos por saber algo que no sabíamos. Algo que, a partir de ese momento, cambia la ciencia y nos cambia la vida.

Desde los primeros casos de la ya popular “gripe porcina”, no puedo dejar de pensar en Semmelweis y su equipo de médicos. Y es que la historia también hace lo suyo cuando cambia las personas y los detalles, introduce algunas variables novedosas, y así –pareciendo original- vuelve a repetirse.
Recordemos qué fue pasando en estos días. Hace apenas un mes y medio, creíamos que la “gripe porcina” era una enfermedad que sólo atacaba a niños ricos que se habían contagiado en el exterior. Muy poco antes nos sorprendíamos con las estrategias de escudamiento de México, que cerraba lugares públicos y escuelas; pero, por las dudas, cancelábamos los viajes aéreos. Montábamos scanners para detectar viajeros afiebrados, y hospitales de campaña en el Aeropuerto de Ezeiza. Y hasta recibimos a piedrazos, volviendo a la época del Paleolítico, a un micro que venía desde Chile con un hombre afiebrado. Era una enfermedad de otros. De ellos, más que de la gripe, debíamos defendernos.
Cuando nos dimos cuenta de que se podían contagiar, además, quienes habían estado con ellos, cerramos sus escuelas. Tenembaun, desde su programa en la tempranísima mañana de Radio Mitre, se preguntaba si estos niños no contagiarían además a las empleadas domésticas de sus casas, llevando la gripe a sectores de lo población desigualmente preparados para su atención. Se ve que la duda era políticamente incorrecta, porque ninguna autoridad sanitaria lo previó. Y si lo hizo, no lo previno: los padres de los chicos enfermos siguieron yendo a trabajar y sus compañeros se tomaron unos días de vacaciones en los shoppings, cines y patios de comida de la zona. La gripe comenzó a extenderse –sobre todo- porque no se respetó el aislamiento.

Mientras todos nos agarramos la cabeza, se están escribiendo las páginas que dentro de un tiempo leerán los alumnos cuando estudien historia de la ciencia. Se está empezando a generar algún conocimiento sobre esta enfermedad nueva, sobre la que tan poco sabemos: que pasó de cerdos a humanos, pero ahora nosotros volvemos a contagiar a los cerdos; que la mortalidad es superior a la de la gripe estacional, y que –a diferencia de ella- afecta a jóvenes sanos; que se debe redefinir el grupo de riesgo, incluyendo a obesos y embarazadas, aunque todavía no se sabe por qué; que las complicaciones se producen con una inusitada rapidez. Como el equipo de Semmelweis, los médicos toman nota de las evidencias que van encontrando, aunque todavía haya pocas explicaciones. Y van haciendo recomendaciones sobre la marcha, más tratando de encontrar por ensayo y error aquellas que funcionen para detener los contagios, que por la seguridad de estar en lo cierto.

Lo que sí está claro es que los tiempos políticos son diferentes de los tiempos de la salud. El Comité de Crisis fue citado dos veces la última semana –deberíamos acotar “antes de las elecciones”- y no se reunió. Al parecer, la campaña tenía a los ministros muy ocupados.
La Federación de Profesionales de la Salud de la República Argentina, mientras tanto, exigía que se declare emergencia sanitaria.
En las escuelas, el ausentismo ha roto con los porcentajes históricos. Caminar hoy por sus patios y transitar sus aulas da una idea real de la dimensión del problema: las enfermedades respiratorias los han vaciado.

Quizás, el lunes –con las elecciones ya realizadas- por fin se declare la emergencia sanitaria. Seguramente va a ser una herramienta útil. Siempre que se respete el aislamiento. Y para eso, no va a alcanzar con que se suspendan las clases, ni con que se cierren lugares que propicien la convergencia de muchas personas en sitios cerrados, ni con que se recomiende no asistir a encuentros ni reuniones con mucha gente. Va a ser necesario pensar en una estrategia concreta y viable de aislamiento.

Por ahora, lo que no podemos negar, es el conocimiento que estamos obteniendo de esta experiencia. Como durante el brote de fiebre puerperal, y como frente al descubrimiento del SIDA, lo que no deja dudas es que los prejuicios matan. Y que no somos cuidadosos, y mucho menos solidarios.