martes, 22 de mayo de 2012

Mi Patria es mi Lengua III

o

Acerca de la riqueza del lenguaje
como riqueza de percepción y pensamiento







Las palabras son elementos tan potentes para definirnos y definir la realidad, que siempre será poco lo que podamos decir de ellas.



En primer lugar, podemos considerar que nuestro modo de percibir está relacionado con lo que podemos decir. Dicho de otra manera, la realidad puede ser percibida en tanto puede ser decible. Y lo que podemos decir es socio de lo que somos capaces de percibir. Allí donde yo sólo veo rojo, mi amiga Silvia ve bermejo, carmín, escarlata, encarnado, granate, púrpura, tinto… Su percepción ha sido educada para distinguirlos, y esa percepción está indisolublemente ligada a la posibilidad de nombrar la diferencia y no sólo de advertirla.

Un ejemplo más interesante –y menos autorreferencial- es el de Homero. Resulta que en toda la Ilíada y la Odisea sólo menciona cuatro colores, que fueron traducidos como negro, blanco, amarillo verdoso y rojo purpúreo. Y lo hace en referencia a la miel, la savia, y la sangre. Cuando describe el cielo, lo hace como “bronce”, comparándolo con un escudo relumbrante y no con el color. Para Homero, el cielo del mediterráneo es bronce. Y el vino, el mar y las ovejas son del mismo rojo purpúreo. ¿De dónde vienen estas limitaciones? Del griego antiguo, en el que no existía la palabra “azul”. Recién siglos después Aristóteles va a identificar siete colores, todos derivados del negro y el blanco. Por lo cual -vale aclarar- se refería a grados de luminosidad y no, propiamente, a colores.

Esta relación entre decir y percibir la entienden bien quienes, al fomentar políticas de visibilización de ciertas situaciones, instalan en el discurso las palabras que las nombran: todos y todas, hombres y mujeres... El problema es que en el mismo proceso de instalación de ese discurso binario, a la vez que visibilizan estas diferencias, se ocultan otras, puesto que refuerzan la idea de que se trata de dos –y sólo dos-. Estemos de acuerdo o no con que sean esas, y sean o no ciertas.



Por lo anterior, podemos decir que la sofisticación en el lenguaje está esencialmente relacionada a la sofisticación de nuestra percepción sobre la realidad. Y dado que las palabras son la materia prima de la que están hechos nuestros pensamientos, la sofisticación en el lenguaje está también relacionada con la sofisticación de nuestra forma de pensar la realidad.



Ergo: el empobrecimiento léxico, redunda en empobrecimiento de los modos de percibir y pensar la realidad.  Nada sólido puede construirse sobre estas limitaciones.


Mi Patria es mi lengua II

Mi Patria es mi lengua I