lunes, 16 de julio de 2012

El nuevo -gran- triunfo del Club de los Malos


Cuentan los que saben –y son pocos quienes los conocen de cerca- que ayer al mediodía los jerarcas del Club de los Malos se juntaron en el comedor privado de la sede del Club a festejar a lo grande. ¿Qué festejaban? Que, finalmente, habían logrado cooptar la voluntad de uno de sus más acérrimos enemigos: justo ese que se había dedicado a anunciar a los cuatro vientos la existencia del Club. Finalmente, ya no quedaba nadie para hablar de ellos desde la vereda de enfrente… Pronto serían olvidados. Como tantos otros, ahora sí, pasarían a formar parte de esa galería de presuntos inexistentes personajes horrorosos de los cuentos de hadas. Esos que sólo nos asustan en los malos sueños.

¿Cómo lo lograron? De la manera más bellamente sencilla. Con esa sutileza que les sienta tan bien: rutinización. Lo dejaron acercarse tanto que se volvieron habituales. Y lo habitual se vuelve rutina. Y la rutina se naturaliza. Y la naturalización crea la apariencia de inevitabilidad: así son como son las cosas, y no pueden ser de otra manera. Más aún, como el hábito también hace al gusto, las cosas no sólo son lo que son, sino que nos gustan tal y como son. ¿Para qué esforzarnos por cambiarlas?


Con todos ya sentados, el lector designado extrajo un diario de su maletín. Lo abrió lentamente. Se acomodó con parsimonia los anteojos -esos de leer de cerca- carraspeó para aclararse la voz, y leyó enla página 2 una parte de su párrafo preferido –esa que ya tenía marcada-:

 Saldaña transpira y piensa en el gordo Sosa, su contador. Recuerda cuando le pidió que le haga la declaración de impuestos. Presentemos algo en la AFIP, dijo Saldaña. Y Sosa le dijo que se deje de joder, que mirá si te van a venir a buscar a vos, Saldaña. Con los quilombos que tienen estos tipos, ¿se van a poner a investigarte a vos? ¿Quién carajo te crees que sos Saldaña? Y ahora Saldaña está allí en boca de la Presidenta, por cadena nacional.”

El lector ahogó un risa entre dientes, se reacomodó los anteojos, y volvió a carraspear. No podía creer que hubiese sucedido tan pronto… Y los demás se reían con él. Y sí, cómo no iban a reírse, si se estaba viniendo lo que se vino. El bueno de Alejandro estaba a punto de confundir el eje de la cuestión… Carraspeó y siguió leyendo:

La cadena nacional había interrumpido los programas, entonces todos se enteraron de que Saldaña es un boludo (al) que se le ocurrió decir que la venta de propiedades se frenó y encima no paga sus impuestos.”

Un tipo que labura en una simple inmobiliaria y que, por culpa del boludo de Sosa que le dijo que no pasaba nada, no presentó la declaración jurada.”

El lector elevó la vista y le concedió unos segundos de silencio a quien preside la mesa. Segundos suficientes para que pudiera cruzar miradas con su asesor financiero. Ese mismo cuyas instrucciones, por interpósita persona, están leyendo tantos contadores, seguramente como hace el gordo Sosa. Ambos sonreían satisfechos.

El lector volvió a acomodarse los anteojos, y continuó leyendo:

Dios mío Saldaña. Abriste la boca Saldaña. Debiste decir que los departamentos se venden como pan caliente, Saldaña. Te pasaste de vivo, Saldaña. Te equivocaste de país, Saldaña.”

Ahora sí: la risa -hasta ahora ahogada- se convirtió en carcajada. Una carcajada a coro, estentórea, de esas que llenan los ojos de lágrimas y terminan cuando un acceso de tos les pone límite. “Te tenemos Alejandro: lo escribiste. Ya no vas a poder negarlo: lo tenemos impreso, lo logramos. Lo logramos. Seguramente por un segundo pensaste escribir:

Dios mío Saldaña. Debiste haber pagado tus impuestos, Saldaña. Te pasaste de vivo, Saldaña. Te equivocaste de país, Saldaña.”

Pero no, ahí está lo que escribiste, y ya lo deben haber leído millones: no vas a poder negarlo. Lo logramos.

Y aunque después hayas escrito:

Acá hay que pagar impuestos, Saldaña. Acá no se jode Saldaña. Acá te agarra la Presidenta de la Nación y te escracha por televisión, en cadena nacional, en HD, con traducción para hipoacúsicos y todo.”

Porque lo que escribiste escrito está; y lo que no escribiste, quedó sin escribir. Porque aunque te editemos en la web, como hicimos con el gordo Lanata, ya está. Y no vas a poder negarlo. Lo logramos.”



Cuentan los que saben –los pocos que los conocen de cerca- que en ese almuerzo se comió lo mejor que se puede comer, se bebió lo mejor que se puede beber, y se brindó tanto como se puede brindar.

Cuando llegó el momento del café, dejaron el comedor privado y pasaron a la sala donde reciben a las visitas. Esas a las que les hacen creer que forman parte de la mesa chica, y convidan con bebidas de calidad media para abajo, trasvasadas en botellas Premium. Y sólo porque les divierte verlos presumir…

Fueron entrando de a uno y a su tiempo, para que el convidado no notara que ya estaban juntos desde antes. Después de los saludos de rigor y las trivialidades propias de las charlas de cortesía, el lector se calzó nuevamente los anteojos y, como quien no quiere la cosa, lo felicitó por su última publicación, que leyó para todos:

Este señor Toselli sólo se animó a decir algo que nosotros desde InversorGlobal venimos diciendo desde hace 10 meses: Los precios inmobiliarios no tienen otra posibilidad más que bajar…

Fuerte, ¿no?

Parece que la única forma de pensar diferente en la Argentina es teniendo las cuentas en orden…”

Esta vez, nadie rio –gente de modales sofisticados como son-. Pero todos sonrieron satisfechos. Federico más que ninguno, creído como está de ser un gurú financiero.


El largo brazo del Club está llegando a todos lados.