jueves, 23 de agosto de 2012

La escuela como nudo - 3º parte


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2º HILO. LA ESCUELA

COMO LUGAR DE RESISTENCIA Y CAMBIO SOCIAL

Por Viviana Taylor

 
 

Aunque suele pensarse en los teóricos de la resistencia como herederos de los planteos de la reproducción, lo cierto es que le dieron un giro claramente original al planteo.

Estos teóricos prefirieron pensar de un modo menos mecanicista, y por eso partieron de la idea de que, en la base social, existe un instinto o conciencia de clase que va generando formas espontáneas –no organizadas ni teorizadas- de resistencia a la explotación y a sus consecuencias: a la opresión política y la dominación ideológica. Esta es la razón por la que también se los piensa como pensadores de la contradicción.

 

Para entender de qué se trata la cosa, vamos a detenernos un momento en Bowles y Gintis, y su modelo de la correspondencia. Este modelo pone su foco de atención en la estructura de la institución escolar y las relaciones que se establecen en ella: entre los administradores escolares con los maestros, los maestros con los alumnos, los alumnos entre sí y con su trabajo escolar… Lo que plantean estos autores es que las relaciones sociales que se establecen en la escuela son comparables con las relaciones sociales que se establecen en el trabajo adulto, ya que entre unas y otras advierten una correspondencia estructural. Es decir, que se pueden analizar las relaciones sociales en la escuela como una réplica de la división jerárquica del trabajo.

Dada esta correspondencia, señalan que la misma resistencia que se advierte en los obreros frente al ritmo y las condiciones de trabajo en los talleres, es la que se observa en los niños como resistencia a la escolarización y al proceso de inculcación de la ideología dominante. Estas formas de resistencia pueden ser más o menos violentas (como en los casos del vandalismo, peleas entre grupos y robos) pero también hay formas de resistencia pasiva, como el rechazo a la terminología escolar y la capacidad para seleccionar de la enseñanza sólo lo que sienten que les va a ser útil y da sentido a su instinto de clase.

Otro señalamiento muy interesante es que, así como los patrones suelen estar más interesados en los rasgos de comportamiento de los candidatos a los puestos de trabajo que en sus capacidades técnicas  y cognitivas, esto también se ve en la escuela. Y a partir de esta afirmación explican que en los niveles inferiores de escolaridad se forma para la sumisión a las normas impuestas; en los niveles intermedios se fomenta la capacidad para tomar decisiones sin una supervisión constante, pero con objetivos previamente fijados por la autoridad; y en los superiores se trata –ya interiorizadas las normas- de premiar la libertad y la autonomía. Claro está que esta libertad y autonomía se entienden enmarcadas en esas normas previamente internalizadas.

    Lo interesante en la obra de Bowles y Gintis es que eso mismo que los teóricos de la reproducción señalan como funcional para el sistema económico, ellos lo significan como lugar de conflicto y de tensiones. Y estos conflictos y tensiones están generados por una contradicción fundamental que se juega en la escuela:

·         Por una parte, la escuela tiene que formar ciudadanos capaces de desenvolverse en el Estado Democrático Liberal, en conformidad con la concepción de los derechos del hombre que le sirve de base.

·         Pero por otra, debe preparar a esos mismos ciudadanos para ocupar un lugar determinado e integrarse en la producción, respetando los derechos de la propiedad en que se funda.

De aquí deriva, entonces, la tensión principal del sistema escolar actual: cómo formar a un ciudadano para una sociedad en que se aseguren los derechos civiles para todos, mientras se reserva la plenitud de los derechos políticos para una élite. Una contradicción que sería constitutiva de la sociedad capitalista avanzada.

 

Por otra parte, además de haber puesto un mayor acento en la contradicción y el conflicto, los teóricos de la resistencia prefirieron adoptar una mirada más cercana a la capacidad de los agentes sociales para construir su propia realidad social, y por eso abandonaron los enfoques macrosociales y centraron sus estudios en los procesos que se viven en el interior de las instituciones. La obra de Paul Willis es uno de los intentos más importantes en este sentido.

 

La parte central de su teoría de la resistencia resalta las analogías entre la cultura contraescolar y la cultura obrera de fábrica. En coincidencia con los teóricos de la correspondencia, Willis acepta que los contextos fabril y escolar se configuran como espacios alienantes que impiden el desarrollo de los sujetos. Sin embargo,  subraya que –a pesar de las duras condiciones a las que están sometidas- las personas inmersas en esa cultura obrera de fábrica se esfuerzan por buscar significados e imponer marcos conceptuales, por ejercer sus actividades e intentar disfrutar de las mismas, y se abren paso a través de las experiencias monótonas de la fábrica para construir una cultura viva que está lejos de ser un simple reflejo de lo impuesto. También señala que esto mismo se da en la cultura contraescolar, como un intento de crear un cuadro de interés y diversión más allá del currículo oficial.

En consecuencia, en la teoría de Paul Willis, los actores sociales no son receptores pasivos de los recursos culturales recibidos, sino que asumen activa y creativamente las posibilidades para explorar, dar sentido y responder a las condiciones estructurales y materiales heredades. La cultura, entonces, es entendida como experiencia vivida y como proceso de aprendizaje de los actores; no como un reflejo mecánico de la producción, sino como una instancia autónoma, productora de efectos transcendentes.

 


Por otra parte, los teóricos latinoamericanos se han concentrado en la indagación sobre las formas de resistencia y lucha contrahegemónica por la liberación de los pueblos, en particular los originarios. 

 Al igual que los teóricos de la reproducción, sostienen que la escuela, en tanto dispositivo de la reproducción cultural de la cultura ciudadana, junto con los conocimientos transmite un sistema de lealtades y la jerarquía como forma natural de las relaciones sociales, y en consecuencia difunde todo un currículum oculto que en la práctica funciona como uno de los más importantes disciplinadores que posee un Estado. Sin embargo, también señalan a la escuela como el ámbito propicio para expandir y ejercitar la antidiscriminación.

Un hecho claramente visible es que la discriminación nunca se ejerce sobre los sectores poderosos de la sociedad, que han logrado a través de múltiples mecanismos –económicos, sociales y culturales- imponer sus intereses y su propia visión del mundo como la hegemónica y reproducirlos como si fueran de interés general de la sociedad.  Por contraposición, se nos aparecen como grupos claramente referenciados los judíos, los negros, los indios, las mujeres, los pobres, los villeros... Y otros, ni siquiera eso: ya que uno de los mecanismos más profundos que opera para la existencia de la discriminación es la invisibilidad, la naturalización de las conductas discriminatorias. En consecuencia, la discriminación se ejerce sobre todo aquello que se aparta de lo hegemónico, lo que social, política y culturalmente se ha definido como “correcto”, lo que puede asimilarse al modelo de lo humano impuesto por el paradigma instalado por la burguesía con la Revolución Francesa. Es el modelo del varón blanco, instruido, pudiente, heterosexual, cristiano, sin discapacidad visible; concepción que relegó a los pobres, los analfabetos, los extranjeros, las diferentes etnias, las religiones no dominantes, las otras identidades de género y los discapacitados -entre otros grupos- a ejercer una ciudadanía de segunda, la que corresponde a los diferentes e inferiores. Es por esta razón que se juzga necesaria la construcción de un nuevo concepto de ciudadanía, de un nuevo contrato social. Y estas son las razones que explican el aumento actual de la conflictividad en una sociedad como la nuestra, que está en plena revisión de este contrato: los grupos privilegiados por el contrato social hasta ahora vigente sienten que la extensión de sus derechos exclusivos a otros sectores sociales implica un recorte de los propios –aunque objetivamente no se trate de un recorte para unos, sino de su extensión a todos-. Ejemplos recientes de este proceso de revisión del contrato social lo constituyen –sólo por nombrar dos- la Ley de Identidad de Género y el Matrimonio Igualitario. Revisiones más sutiles, pero igualmente resistidas, son –por ejemplo- el financiamiento de créditos blandos a las PyMES, de proyectos educativos como Conectar Igualdad y la Asignación Universal por Hijo. Y los más resistidos, por tocar el punto nodal del conflicto, la participación política en las escuelas y las cárceles.

 

Quizás lo más interesante de estos planteos es que se esfuerzan por develar los mecanismos que operan para el ejercicio de la discriminación. Si bien son múltiples, voy a referirme sólo a dos, que en la esfera de la cultura son poderosísimos. Uno es el aparato educacional y el otro es el lenguaje.

Por una parte, si bien la escuela puede ser un excelente mecanismo para el cambio cultural -y de hecho lo ha sido y lo sigue siendo- es al mismo tiempo un dispositivo muy claro de la reproducción cultural del sistema social. En un momento de profundo cambio social como el actual, en el que nuestro contacto con la diversidad ha adquirido una dimensión radicalmente novedosa, se hace urgente debatir el papel de la escuela como espacio de acogida y de inclusión. Sobre todo porque, aunque nos resistamos a este debate, la realidad se nos está imponiendo. Y, cuando la realidad se nos impone sin que nos hayamos permitido reflexionar sobre ella, terminamos actuando reactivamente. Un ejemplo triste y reciente de acción reactiva es la presentación que ha hecho el Ministro de Educación porteño, Esteban Bullrich, de una línea telefónica gratuita para denunciar toda sospecha de actividad política en las escuelas.

Desde la vereda opuesta a las actitudes reaccionarias, una escuela inclusiva reconceptualiza el fracaso ante el aprendizaje que sufren los más afectados por su diversidad y lo entiende no como algo natural a cierto alumnado, sino como resultado de la falta de adaptación del sistema educativo y de su incapacidad para ofrecer una respuesta transformadora a un entorno más complejo. En las escuelas inclusivas se enfoca la diversidad como un recurso y una oportunidad para el aprendizaje, pero para eso es necesario superar las actitudes que son fuentes cotidianas de exclusión y de formas frecuentemente sutiles de racismo, como el etiquetaje del alumnado procedente de la inmigración y de grupos minoritarios, la esencialización de su diferencia, o el relativismo y la indiferencia en que desembocan concepciones superficiales de la tolerancia. El estudio de estos aspectos del contacto intercultural es algo ineludible si, más allá de las respuestas simples que pretenden reducir la incertidumbre generando nuevas fronteras, lo que se quiere es aprovechar la oportunidad para revisar críticamente los supuestos en que se basa nuestra convivencia y renovar nuestra idea de la educación.

Por su parte, el lenguaje es uno de los más formidables formadores del pensamiento y la conciencia. Es el estructurador básico de nuestras categorías de pensamiento y por lo tanto es un excepcional mecanismo de producción y reproducción simbólica e ideológica. En consecuencia, el lenguaje también reproduce y refuerza la discriminación y los prejuicios. Por ello es tan importante trabajar con el lenguaje como contenido de análisis, de modo que su uso se visibilice, se vuelva consciente, y así podamos modificarlo. El objetivo es tender a la construcción de una sociedad plural y democrática, incorporando el respeto por las diferencias como parte constitutiva de la modernidad.

 
 

En síntesis, estos modelos que entienden a la escuela como lugar de la resistencia y el cambio social, nos llevan a entenderla no sólo como el lugar en el que se transmite el capital cultural existente, sino aquel en el cual, al mismo tiempo, se ofrece la oportunidad para transformarlo, enriquecerlo y ponerlo en cuestión. Un lugar donde se promueva el desarrollo de competencias reflexivas, que sólo se alcanzan si se activa el surgimiento de la capacidad crítica mediante el permiso al cuestionamiento de certezas socialmente instituidas, de modo que al institucionalizarse la vigencia de la reflexión y el cuestionamiento como motor de cambio y enunciación de novedades, la escuela misma se instituya como uno de los espacios significativos para la transformación cultural y la formulación de utopías y proyectos.

 

 

 Viviana Taylor