viernes, 19 de abril de 2013

18A: Y ahora, ¿qué?


Por Viviana Taylor

 

Anoche pasó algo interesante. No sé si será la subjetividad de mi ánimo que se ha ido desensibilizando ante las marchas, o que efectivamente quienes se convocaron esta vez tras la consigna 18A resultaron en apariencia más racionales y produjeron menos hechos violentos, o la conjunción ambas. Pero lo cierto es que algo ha cambiado, y más allá de subjetivismos y subjetividades, las consignas –compartidas o no, no es esa la cuestión- sí fueron sostenidas con más claridad, los exabruptos no las opacaron, y los violentos fueron menos. Aunque, una vez más, las víctimas se repitieron: fueron nuevamente los trabajadores de prensa identificados como "los K".

No voy a soslayar el hecho de que, tal como sucedió en la convocatoria del 8N, una vez más personas mayoritariamente no violentas aceptaron compartir el paso con otras, sí siniestras. Pero no voy a señalar quiénes caminaron junto a quiénes, ni me voy a detener en este análisis. No es lo que me interesa ahora, y –por otra parte- sobre estas cuestiones ya he escrito antes. Cuando dejen de pelear contra el enemigo común y tengan que abocarse a la construcción de una alternativa a este proyecto político, veremos cómo lo resuelven y qué resulta.


Esta vez quiero detenerme en la que pareció ser la motivación implícita compartida, subyacente a la aparente diversidad de consignas que la expresaron.

Detrás, por debajo, alrededor de cada apelación al gobierno nacional (aun cuando mucho de aquello por lo que se lo interpelaba no era de su competencia directa, sino responsabilidad de los gobiernos provinciales y de la CABA, cada uno en su jurisdicción) lo que resonaba por lo bajo y por lo alto era un reclamo por más libertad, por momentos enmascarado en un reclamo de más democracia.

Dicho de otra manera, lo que parece estar en tensión –y provocar semejantes tensiones- podría resumirse en dos preguntas:


¿Cuál es el máximo de libertad posible

compatible con el mínimo de derechos aceptables?

 

¿Cuál es el mínimo de libertad aceptable

compatible con el máximo de derechos posibles?

 
Por supuesto que no es una tensión que pueda resolverse fácilmente. Ni siquiera creo que sea una tensión con alguna posibilidad de resolución. Pero sí creo que de los diálogos que se generen en torno de ella es que surge la posibilidad de la política, de la construcción democrática. Y que de las opciones que se abren a partir de esta discusión es que surgen los proyectos alternativos. Aunque claro, no todo proyecto se concreta en un modelo. Un modelo es mucho más abarcativo, mucho más profundo que el mero intento de zanjar la discusión. Un modelo surge de definir cuál de las dos preguntas debe subordinar a la otra.

Esto es lo que está hoy en juego. Si optamos por el máximo de libertad compatible con el mínimo de derechos aceptables. O si optamos por la mínima libertad aceptable con el máximo de derechos posibles. Y, sobre todo, cuál es el umbral de aceptabilidad de unos y otros.

Esta discusión no es exclusiva de Argentina. Es una discusión que se está dando en toda América Latina (de hecho, es lo que llevó al eufemísticamente llamado golpe palaciego contra Lugo y lo que motiva los incidentes que está padeciendo Venezuela) y que gran parte de Europa comienza a plantearse.



Quienes asistieron a las marchas del 8N y del 18A, más allá de las motivaciones personales con que legítimamente lo hicieron, fueron convocados como  fuerza numérica para sostener el argumento en favor de una de esas preguntas, y de un modelo de respuesta.

Quienes convocaron –más allá de cómo se hayan enterado quienes asistieron, y de que supieran o no quiénes lo hicieron- fueron esencialmente grupos entramados con el poder empresarial y financiero asociado al poder mediático (que sólo en teoría son diferenciables, puesto que los medios están manejados por empresas con intereses económicos y financieros). El poder político asociado a ellos cumplió un mero papel subsidiario: podían o no estar. De hecho, la mayoría de los convocados no lo hizo ni porque allí estuvieran Carrió, ni Ricardo Alfonsín, ni Binner, ni Donda, ni Bullrich, y menos el rabino Bergman junto a Castells. Pero Carrió, Ricardo Alfonsín, Binner, Donda, Bullrich y el rabino Bergman juntos a Castells sí quisieron estar allí, sintiéndose convocantes cuando apenas si formaron parte de la masa convocada.

 
¿Por qué uso la expresión “masa”? Porque –insisto- más allá de las motivaciones personales por las que legítimamente fueron, quienes asistieron fueron convocados para presionar con su fuerza numérica sobre una negociación que los excede y en la que sus intereses no serán considerados ni formarán parte.


Para intentar comprender un poco el argumento que estos grupos de interés convocantes sostienen, voy a apelar a las palabras de Rodolfo Puiggrós, que ya lo ha expresado más claro y mejor de lo que yo podría hacerlo:

El liberalismo siempre pretendió ser sinónimo de democracia, de la democracia por excelencia y la única posible, el compendio de las libertades del hombre, la conquista de la libertad misma, la senda abierta al término de la historia para el progreso infinito en línea recta ascendente. Benedetto Croce lo llamó la religión de la libertad, pero reconoce (aunque no delimita el alcance de la libertad liberal y la postura absoluta, perfecta o, al menos, el ideal de la humanidad) su antítesis con la democracia. Del análisis histórico del autor italiano se infiere (implícito entre sus reticencias) que el liberalismo nació para reprimir, aplacar y encauzar la ola plebeya que se levantó furiosa y ciegamente con las revoluciones antifeudales de la burguesía, y luego,  para subsistir en el siglo XX enfrenta a la nueva ola, ya no ciega, del proletariado en lucha por la democracia integral. Quiere decir que la libertad absoluta e infinita del liberalismo en la esfera del puro idealismo se torna relativa y finita en el campo material de la historia. Esa relatividad y esa finitud son las de la clase social cuya existencia transcurre entre el feudalismo y el socialismo. La definición croceana sería perfecta si se le añadiera un atributo: la religión de la libertad de la burguesía.

Rodolfo Puiggrós

 



Para los grupos convocantes –cada vez más visibles, cada vez más activos en la convocatoria- la opción por una de estas preguntas es clara. Ya han decidido que la que realmente importa es:
¿Cuál es el máximo de libertad posible

compatible con el mínimo de derechos aceptables?


Y ya la han respondido: no hay máximo de libertad posible. La libertad sólo es aceptable cuando es absoluta. Y la libertad absoluta sólo es compatible con un mínimo de derechos que la garanticen. O sea, con una parodia de derechos, mínimos y aceptables en tanto no confronten con ella, y la garanticen reduciendo al mínimo la conflictividad social que podría surgir si se reclamara la extensión y universalización de los derechos.

Si no fuese esta la respuesta que se han dado, ¿cómo se explica la crítica al control de precios, a la vez que no deja de insistirse en su aumento y se lo vincula con la inflación, sobre la que también se hace foco insistentemente?

¿Cómo se explica el reclamo de seguridad jurídica para favorecer la radicación de capitales extranjeros, a la vez que se replican las quejas sobre –por ejemplo- los descontroles frente a la megaminería?

¿Cómo se explica –en contradicción con el reclamo anterior- el reclamo por soberanía legislativa y mayor juego democrático en el Congreso, mientras se silencia la realidad heredada de los TBI y de la sumisión jurídica a los arbitrios del CIADI?

Más aún, ¿cómo se explica el eco al reclamo por la “voz de las minorías legislativas” en el Congreso, en boca de legisladores que no asisten a las sesiones pero sí se pasean por las pantallas de los mismos canales en los que ya son habituales?

¿Cómo se explican las acusaciones al gobierno por las prácticas de Monsanto, mientras se silencia que uno de estos políticos-asistentes habituales fue quien la introdujo en el país, y opacando la sociedad empresarial con la empresa de la que ellos mismos forman parte?

¿Cómo se explica el reclamo de la apertura sin restricciones a todas las importaciones, mientras se exige mayor empleo y mayor activación de la industria nacional?

¿Cómo se entiende la simulada preocupación por la cotización no oficial (ilegal) del dólar, cuando se opera para manipularla, a la vez que se insiste con sobreactuada preocupación en los avatares de los vencimientos de pagos de deuda, que se abonan en esa moneda?

¿Cómo se explica la acusación de corrupción y de protección a los corruptos, haciendo caso omiso a los casos en que el gobierno ha intervenido, y silenciando los funcionarios y políticos de otros signos partidarios efectivamente procesados que siguen en sus funciones y protegidos?

¿Cómo se explica la intensa campaña propagandística en contra de un gobierno al que se acusa de corrupto, no democrático y autoritario, basada en la construcción de relatos pseudoperiodísticos a partir de datos inventados e inferidos a través de razonamientos falaces? Y se lo hace coincidentemente  la presentación en que el ex delegado del personal de Canal 13 José Carbonelli le aportó a la Justicia la documentación que confirma los desfalcos millonarios con que Artear perjudicó al Estado, acto de corrupción sí real y sí silenciado. Tan silenciado como la fuga de capitales por parte de Ernestina Herrera de Noble y Magnetto, en esencia los mismos actos de los que se acusó con datos falsos y relatos inciertos al Gobierno Nacional. Esta semana estos hechos fueron tan vergonzosamente revelados, tan obscenamente expuestos, que no se explica cómo –todavía anoche- algunos de los convocados justificaban su presencia específicamente en estos acontecimientos.

Por último (y sólo por terminar arbitrariamente la puntualización de ejemplos, no porque se hayan agotado) ¿cómo se entiende el pedido por más y mejor democracia, mientras se alzan los ánimos contra unos proyectos para la democratización del poder judicial, sin explicar en qué consisten? ¿Y el que se celebre un fallo de casación que permite la monopolización de los medios audiovisuales al amparo de una ley cuyo espíritu es su desmonopolización, mientras se reclama una libertad de opinión y prensa de la que se quejan de no gozar?


Claro que estas contradicciones discursivas aparecen porque no se dice lo no puede ser dicho. No pueden decir que el máximo de libertad que reclaman para sí, más antes que después colisionará con los derechos de otros. Y como no lo dicen, como lo disimulan tras la falacia argumentativa de la libertad absoluta para todos compatible con derechos absolutos para todos, son muchos los incautos que alzan su voz para reclamar lo que creen que se les reconocerá como propio. Tarde y tristemente comprobarán que gritaron contra sí mismos.


Es lógico y entendible que muchos hayan respondido a la convocatoria porque son muchos los que están angustiados. Esa angustia proviene de sentirse abandonados, porque les hicieron creer –a fuerza de repetirlo todo el día, todos los días, a través de diversos medios- que el Estado los ha abandonado.

Los han convencido de que hay un gobierno que roba mucho y, encima, reparte demasiado. Populismo, que le llaman… Y temen no tener garantizados la educación, la salud, la vivienda, el ahorro… Temen perder la libertad para gozar de los derechos a los que ya nos hemos acostumbrado y reconocemos como propios.

Los han convencido con interpretaciones mentirosas, y diariamente alimentan el enojo por sentirse abandonados por el Gobierno. Los convencieron de que no hay proyectos ni futuro. De que no hay más alternativas que decidir entre resistir o aguantar. Y los alientan a resistir. Y allí están, resistiendo, marchando con unos políticos que se llaman opositores sólo porque se oponen: no construyen ni resisten; se dejan arrastrar. Y eso los hace sentirse más abandonados, más solos. Por eso ya no creen ni en el gobierno –que presumen que los ha abandonado- ni en los partidos opositores –por los que nunca se sintieron acompañados-. Quizás por eso el nuevo referente que se han ido configurando es quien los domingos a la noche les espeta aquello que los convencieron que es: y al oir las mismas ideas que ya les resuenan conocidas, en la repetición se sienten acompañados, comprendidos, menos solos.


En esa soledad se puede marchar al lado de cualquiera, porque no hay identidad de clase ni política en la que reconocerse. Apenas se trata de un colectivo primitivo, reunido en torno de una consigna en común, que ni siquiera es propia. Cada uno marcha al lado de otro, pero solo.

Se marcha sin identidad política. No puede haberla. También de eso los convencieron que es malo, que no importa. Que la militancia es algo de lo que se debe desconfiar. Y es que la política requiere volver a esas preguntas esenciales sobre la libertad y los derechos; pero se renuncia a ella porque se acepta que ya otro las respondió por todos. Así, la discusión sobre la inclusión y la ciudadanía se diluye en una forma de ciudadanía devaluada, insignificante y cómoda que reclama que dejen comprar dólares, que se abran las importaciones, que se vayan todos…

Son identidades que asumen formas de ciudadanía predigeridas a través de los medios, que se construyen frente a la pantalla del televisor, frente al pliego del diario, frente al aire de radio.

 

Si lo que pretendemos es consolidar un Estado Democrático cuyos rasgos sean la libertad y la equidad, que considere la diversidad en todas sus formas, y a partir de ella se busquen las coincidencias mínimas que nos permitan construir la comunidad, necesitamos repensar de qué estamos hablando.
Necesitamos volver a pensar qué entendemos por libertad, y qué entendemos por derecho.
Necesitamos volver a preguntarnos qué relación hay entre libertad y derechos.
Necesitamos discutir, pensar juntos, tolerar la tensión y construir a partir de ella. Necesitamos volver a las preguntas esenciales:

¿Cuál es el máximo de libertad posible

compatible con el mínimo de derechos aceptables?

¿Cuál es el mínimo de libertad aceptable

compatible con el máximo de derechos posibles?


Necesitamos pensar y discutir desde el interior de cada grupo, para luego poder repensarlo juntos; para poder construir algunos significados compartidos que creen la condición de posibilidad para un proyecto común.

Y necesitamos romper con algunas ilusiones con que nos pretendieron deslumbrar: la libertad absoluta, en la realidad más real, no es compatible con derechos para todos. Habrá un punto donde la libertad de los grupos convocantes se tropezará con el derecho de los convocados.


Eso es lo que está en juego.

 

Viviana Taylor