jueves, 11 de julio de 2013

Carta a un observador comprometido

 

No puedo siquiera explicar la enormidad expansiva que está alcanzando mi ego: me dedicaron un post. Y aunque esta vez no es la primera, sí inaugura a los amables y respetuosos. Añoro secreta y nada humildemente que me dediquen otros del mismo tono, más cuando planteen un debate: en este caso, es la continuación del que venimos desarrollando con énfasis y mutuo reconocimiento en Twitter.
 
Como corresponde, procedo a devolver la gentileza:
 
 
Estimado co-debatiente Observador Comprometido (@ObsComprometido):
 
Sólo como para ir contextualizando desde dónde hablo, voy a contarle que el 25 de marzo de 2010, en este mismo blog, publiqué un posteo que comencé con el siguiente párrafo:
“No la voté y probablemente nunca lo haga. Pero, viniendo de la izquierda del radicalismo y no sintiéndome ya representada por ningún partido, me sorprendo con más acuerdos con este gobierno que con cualquier otro del que tenga memoria”
Esto es, en las elecciones del 2009 –posteriores a aquel nefasto conflicto desatado a partir de la 125, y por las cuales se conformó un Congreso en el que el oficialismo K pasó a ser minoría- yo no voté por el FPV. Y, casi un año después, todavía pensaba que muy probablemente nunca fuera a hacerlo.
 
Pero algo sucedió. Y ese algo fue ver a la oposición dominando la mayoría legislativa. Una oposición que, en honor a la realidad, debería llamar “oposiciones” y que convirtió al Congreso en una yuxtaposición de pequeños grupos con intereses particulares, que no fueron capaces de organizarse, de proponer en conjunto, de negociar, de dejar protagonismos narcisistas de lado para apoyar las iniciativas que no le eran propias… simplemente, porque nunca fueron capaces –ninguno de ellos- de mirar más allá de sus intereses particularísimos para velar por el bien común.
Habiendo logrado lo que habían buscado, se revelaron en toda su impotencia para generar políticas. Y lo que ahora veo, tal como se están planteando estas nuevas elecciones legislativas, es que ninguno de ellos parece haber aprendido nada: se reordenaron las figuritas, los que antes se odiaban van juntos, los que antes se amaban están distanciados: no son capaces siquiera de hacer una campaña con propuestas, porque ya no sólo no hay propuestas que puedan acordar con otros partidos, sino que no pueden hacerlo al interior de las alianzas (en realidad, de las yuxtaposiciones) que conforman.
 
Frente a esa realidad desencantada y desencantadora, voté en el 2011 entregando varias virginidades: la primera vez que votaba peronistas, la primera vez que votaba K, la primera vez que votaba al FPV. Y le diré que no fue fácil asumir las consecuencias (todavía no lo es, pero ya aprendí a convivir con ellas) Es que, como sabe, no soy mujer de callar mis elecciones ni sus fundamentaciones; y el contexto en el que vivo y me muevo es lo que –vulgarmente- podríamos caracterizarlo como “significativamente poblado de caceroleros”. Gorilas, si prefiere.
 
¿Por qué voté a Cristina para su reelección? Lo que me hizo comenzar a mirar sin prejuicios las acciones políticas que proponía, es que del otro lado había sólo impotencia quejosa. Y se las agradezco, porque eso fue lo que me motivó a mirar, y me posibilitó ver.
 
Quizás las razones que explican por qué la voté, y por qué hoy apoyo convencida y militantemente su espacio político, tengan su hecho fundacional en su discurso de asunción en 2007. Aunque no la había votado y todavía me causaba cierto rechazo su estilo, no me molestó que ganara. Y cuando  escuché su discurso de asunción, lloré. No lloré como una mujer sentimental a la que le tocan el corazón: lloré como una mujer política a la que le atraviesan las convicciones. Sentí que estaba ante una estadista, y me relajé: sentí en las vísceras que íbamos a estar bien. Después, escuché el discurso de asunción de Macri, y me dio vergüenza ajena. No esperaba encontrar en un neomenemista declaraciones con las que me identificara; pero esperaba encontrar algo donde sólo hubo nada.
 
Como Ud., querido Observador Comprometido (ay… cuándo revelará su nombre… me siento como hablándole a una categoría en la que quizás me podría sentir incluida, y que me hace pensar en Fuenteovejuna) desde entonces no he dejado de reconocerle méritos, así como tampoco desaciertos. Verá: no creo en los seres angelados, ni en la política ni en ningún otro lado. Y que aún las mejores personas cometen errores y tienen sus pequeñas miserias (más grandes quienes no las reconocen y dejan que crezcan incontrolablemente dentro de ellas). Cuanto más en las actividades que se caracterizan por la multiplicidad de condicionantes y la alta incertidumbre: es mucho más fácil criticar señalando lo que está mal que proponer alternativas de acción (pienso, de nuevo, en la yuxtaposición de oposiciones que pretende llegar a las elecciones basando sus campañas en la explicitación de todo aquello a lo que se oponen y sin presentar propuestas superadoras. Ni meramente  igualadoras, por si vamos al caso).
 
Vamos con los temas que en su post me cuenta que le parecen desoladores.
 
Respecto del transporte, creo que es urgente la revisión de todo el sistema. Y hace rato que sostengo que debería comenzarse por el transporte ferroviario. En un posteo del 16 de julio de 2012, sobre los claros, los oscuros y los grises que le veía al gobierno, acoté incluso que “haciendo cirugía mayor si es necesario”. Allí escribí: “La política de desguace que dio sus golpes finales en la década de los ’90, y que llevó a un crecimiento inconmensurable del tráfico en las rutas con todos los inconvenientes que ha acarreado, debe ser revisada de inmediato. Pero no desde el voluntarismo de los discursos y las acciones de emparchamiento, sino desde una mirada refundacional del sistema ferroviario y de las políticas viales, como subsistemas de un desarrollo económico socialmente sustentable.” De Jaime no creo que haga falta aclarar que estoy más conforme con su situación actual que con su accionar como funcionario, y que espero que termine con la condena que le corresponde, al igual que todos los otros responsables. Respecto de la política de subsidios, sospecho que el problema es más complejo que lo que Ud. lo plantea: estoy convencida de que el transporte público requiere ser subsidiado, como lo es en la mayor parte del mundo (iba a poner TODO el mundo, pero no me consta). Sí creo que hubo un error en la elección del receptor del subsidio, seguramente fundado en la práctica tradicional y por ello naturalizada de subsidiar a los proveedores de servicio como un modo indirecto de que el beneficio llegue a todos los consumidores, algo que ahora está revisándose.
 
Respecto de la energía, seguramente se imaginará que festejé –otra vez, con lágrimas incluidas- la reestatización de YPF. En el post que acabo de citar, también aclaré que “creo que estamos en peligro de volver a caer en graves errores si no revemos toda la política sobre nuestra matriz energética. Hay que redefinir urgentemente las condiciones de producción, transporte y distribución del gas y la electricidad, así como los contratos de las compañías implicadas y su cumplimiento. Y ya que estamos, si no es mucho pedir, la provisión de agua potable y el sistema de cloacas. En esta misma línea de razonamiento, asocio otra preocupación: la explotación de los recursos naturales. Creo que la política nacional -y el modo en que enmarca las políticas provinciales- es, al menos, lábil. Si bien es cierto que la necesidad tiene cara de hereje, hay herejías que se pagan caro, y eso está sucediendo con la postura del gobierno frente a la megaminería. Quizás el problema no se vea claramente porque las consecuencias son de largo plazo, y hay una cierta tendencia -no sólo en este gobierno- a tratar políticas que deberían ser de Estado como cuestiones de gestión de gobierno. Un claro ejemplo es la Ley de Glaciares y sus avatares hasta que logró ser aprobada, aunque para su aplicación plena falta todavía un largo camino. Otro ejemplo, es la falta de controles respecto de las sustancias que se usan para el control de plagas y el desmalezamiento, controles que difícilmente van a ajustarse a políticas centradas en lo ambiental y la salud pública, dadas las ganancias que permiten generar en el campo.” Y, aunque allí no lo explicité, lo hago ahora: y las ganancias que permiten generar a multinacionales –como Cargill y Monsanto- amparadas en la fuerza de presión que les otorgaron los TBI sobre los gobiernos de los países en los que se anclaron. Algunas de estas cuestiones también están revisándose: recientemente se rescindió un contrato contra la empresa que iba a explotar Famatina y se está avanzando en la construcción de estrategias regionales para lograr salir de la influencia de los TBI y –consecuentemente- el CIADI.
 
En general, respecto de los subsidios en materia de energía y transporte, los considero necesarios en tanto facilitadores de condiciones para el crecimiento y el desarrollo. Son herramientas de gestión, crean condiciones de posibilidad, y tienen fuerza direccionadora. Siempre son revisables, claro: en razón de las condiciones que la realidad proponga en su relación con las políticas de gobierno que se desean implementar. No se pueden criticar los subsidios per se: son razonables o no, efectivos o no, relevantes o no, en razón de las realidades que pretenden crear, compensar o potenciar. Para mí, esta una charla posterior a las que acabo de explicitar como prioritarias, y su consideración se derivará de las conclusiones a la que se llegue en ellas.
Respecto de las inversiones que está logrando YPF, no son tan pocas ni tan magras como suele presentarlas la prensa corporativa. Tampoco son óptimas, es cierto: estamos en un mundo en crisis, el petróleo es un recurso deseable y susceptible de ponernos en una situación de riesgo internacional, y hay demasiada propaganda interna hacia el exterior (y el interior) pretendiendo desmotivar la inversión en Argentina, con claras intencionalidades políticas. Si le parece que esto último es una hipótesis derivada de una paranoia afiebrada, lo invito a conocer a Federico Tessore y su pseudo informe “El fin de la Argentina”, si es que todavía no ha tenido el disgusto.
 
Cambiando de tema… el INDEC: allí también acuerdo en que hay mucho que revisar y corregir. De ahí a llamarlo –como escribió en su post- “falsificación” y acusarlo de incurrir en “sucesivas mentiras”, hay una distancia. Creo que lo que primero habría que revisar es esa zona de intersección entre lo político y lo técnico en que cayó, para redefinir su función, y corregir la marcha. Como ya le dije que no creo en seres ni actividades angeladas, entiendo que hubo una necesidad de concebirlo en esa zona de definición indefinida. Y creo que el momento oportuno para las correcciones necesarias es incierto: podemos argumentar que se imponen por el descrédito en que ha caído, podemos argumentar si el momento para hacerlo o no depende o no del mapa político posterior a las elecciones de octubre... De lo que sí estoy convencida es de que no hay que ofrecerle el cuello al lobo mientras uno no se asegure de que tiene un cuello de respaldo. Veremos después de octubre.
 
Respecto de “merluza”, “carne”, “lo que sea para todos”, le diré que desde el conurbano profundo –no sé qué barrios habita y camina- no es fácilmente comprensible su expresión “ridículos intentos”. Funciona y funciona bien: llega a los barrios, la gente compra merluza, carne, verduras, pastas, pollo, lácteos; hay difusión a través de las organizaciones militantes de distintos signos y de Facebook (parece que Tw es más elitista y no necesita de estas cosas). Y tiene un plus que no suele considerarse: en los barrios alejados de los centros casi no hay comercios, así que para abastecerse de alimentos y muchos otros productos hay que pagar boleto de colectivo, y hacer muchos viajes con el costo de muchos pasajes, o pagar un coche de alquiler y aprovechar para traer una compra grande. Un coche de alquiler desde un supermercado hasta una distancia de unos 4 km ronda los $50. Créame, amigo: el plan “lo que sea para todos” en los barrios del conurbano funciona como ahorro doble. No hablo de los beneficios relativos que depare en otros lugares, porque desconozco.
 
Y voy a dedicarle unas palabras a otro “para todos”: el fútbol. Cada vez que escucho discusiones sobre este tema (no sabe los puntos de amistad y simpatía que subió por no hacerlo) me acuerdo de aquellas otras, cuando se criticaba a “los villeros que tienen todos antena de tv en la casilla”. Claro, soy añosa… después fui escuchando esas críticas remixadas: todos tienen tv color, todos tienen cable… Ahora, todos tenemos fútbol. Como siempre fue: ese invento de no poder ver fútbol por la tele es relativamente nuevo, aunque los más jóvenes tuvieran naturalizado mirar la tribuna y que miserables relatores les enrostraran “yo sí puedo verlo”. Para mí, el acceso a poder ver deportes, una buena ficción, un buen periodístico, un buen documental, ballet, ópera, conciertos, libros… es un derecho de todas las personas. Y el no gozar de él lo considero una alienación. Es cierto que implica un enorme costo. Un costo que se pagaría a sí mismo y aportaría dividendos si los intereses corporativos no presionasen a los potenciales anunciantes para no hacerlo. Si me equivoco, y sólo traes pérdidas, me gustaría que alguien me explique por qué están tan interesados en volver a explotarlo quienes lo hacían…
 
Vamos con los precios internacionales… Es cierto: venimos bien con eso y mucho ayudaron a la recuperación del país. Fueron una razón necesaria, pero no suficiente: el viento de cola necesita alerones que lo direccione. Y eso lo hace la política.
Claro que no es suficiente: la sojización del país no es responsabilidad del gobierno. Es un proceso anterior a él, y contra el que no se ha podido avanzar. Todavía recuerdo cuando en medio de aquel estallido en el 2008 del largo conflicto con el campo –mejor dicho, con los intereses corporativos vinculados a los agronegocios- Cristina no dejaba de reclamar contra la sojización. También recuerdo el silencio de Carrió, aún a pesar de haber sido una de las primeras en instalar la discusión del problema. Las razones por las que la soja “se comió” los campos tiene que ver con que China e India comenzaron a comer (disculpe la vulgaridad de la metáfora) pero también tiene que ver con el magnífico negocio de Monsanto y sus satélites. Puede rastrear las prácticas mafiosas de este negocio en la historia reciente de Paraguay y sus semejanzas con lo que sucede en Argentina.
 
Quédese tranquilo: aunque no se modifique la situación, aunque no logremos salir jamás de los contratos que nos atan la soberanía, de todos modos trigo va a haber: Monsanto produce trigo transgénico.
 
Respecto de la actitud confrontativa no voy a detenerme demasiado: para bailar un tango, hacen falta dos. Y no veo que la confrontación sea, necesariamente, perjudicial. Más bien lo contrario: todo lo que se mueve, cambia, mutua, confronta con la resistencia al cambio. Seguro lo sabe mejor que yo: es la dinámica propia de lo instituido Vs lo instituyente. La confrontación hace a la praxis política, es constitutiva y fundante. Si no quiere confrontación, no tendrá siquiera una gestión técnica, apenas la soledad silente de los campos de cipreses.
Ahora, derivar de esa confrontación la supuesta exclusión (¡implícita!) del 46%... ¿no le parece mucho? No voy a decir nada al respecto, porque lo respeto intelectualmente y creo que esta afirmación es un exabrupto emocional que lamentablemente quedó escrito… Estoy segura de que su momentáneo sentimiento de exclusión nada tiene que ver con el análisis que en alguna otra oportunidad hice sobre estos sentimientos. Y buscar otras razones sería como discutir qué pienso sobre la cantidad de ángeles que caben en la cabeza de un alfiler.
 
Voy a copiar textual los párrafos finales del post que me dedicó:
 
“Lo peor es que, con algo de moderación y una autoridad económica racional, sumada a esa tremenda e innegable voluntad de poder y a una gran habilidad para sacar conejos de la galera (cualidades para nada criticables) podrían hacer realidad su sueño de eternidad. 
Cosa que la sucesión peronista parece haber detectado y haber comenzado a explotar en beneficio propio.
Yo también espero que el próximo gobierno no anule los logros y procure enmendar los errores. 
Sería terrible soportar otro intento presuntamente fundacional.”
Creo que ahí está todo. El problema no es que Ud. no acuerde con esta gestión de gobierno. Es que no le caen simpáticos.
En el último párrafo de un posteo al que ya hice alusión antes, y en el que –para mi sorpresa- avancé en muchos más grises y oscuros que Ud.- escribí:
Un último punto gris al que voy a hacer alusión es esta nueva tendencia que ha dado en llamarse “Cristina eterna”. Si bien la Presidenta no ha dado muestras de estar a favor de una reforma constitucional que habilite un nuevo período presidencial, lo cierto es que la insistencia en el tema de ciertos ultrak y ultracristinistas ha instalado el tema, del que se han hecho eco los medios opositores, para descalificarla. Un tema que no creo que esté en la agenda presidencial, pero que quizás debería ser aclarada esta ausencia –y la voluntad de que así continúe- con mayor vehemencia para no dar lugar a especulaciones vanas. Lo que torna gris esta cuestión es que, lo que la vuelve verosímil –aunque no sea cierta- es que no es posible vislumbrar una figura clara que se recorte en el horizonte cristinista de cara a una futura candidatura presidencial. Consecuencias no deseadas de los liderazgos tan marcadamente personalistas…”
La diferencia fundamental entre su preocupación y la mía es que Ud. parecería poner el acento en que este gobierno no le cae simpático. Y a mí, la verdad, eso me despreocupa absolutamente. Verá: es que me cae simpática mucha otra gente. Gente a la que jamás  votaría.
 
No voy a darle un abrazo K ni un abrazo chavista.
Es que no quiero incomodarlo.
Va un abrazo patriótico y latinoamericano.
 
Viviana Taylor
 
 
 
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