martes, 30 de julio de 2013

Francisco: de gestos, actos y palabras.


Viviana Taylor

 

Y se terminó. Se terminó la Jornada Mundial de la Juventud 2013 –en rigor de la Juventud Católica-. Una jornada que siento que debería ser leída como la presentación oficial de lo que va a ser el Papado de Francisco.

En este sentido, no han habido sorpresas: los gestos se repitieron, como vinieron haciéndolo desde el último 13 de marzo. Gestos que han ido enmarcando lo que podríamos esperar de este Papado: un Papado del que, en razón de la edad de Bergoglio al ser elegido, la Iglesia-Institución espera que sea de transición (¿un salvataje del escándalo de corrupción e inmoralidad que ha dominado el Papado de Benedicto XVI, pero que venía gestándose desde mucho antes?) pero en el que la Iglesia-Pueblo parecería esperanzarse en que sea de restauración de los valores más cristianos, que nunca debió abandonar la Iglesia. Una Iglesia de la Fe, la Esperanza, la Caridad… pero también de la Justicia, sin la cual las anteriores son más que virtudes y valores, lemas proselitistas.

Y Bergoglio lo ha entendido bien. Cada gesto muestra con qué claridad ha entendido que su tarea es contentar a unos y otros. Porque, mal que nos pese (y a muchos nos pesa) la Iglesia-Institución no encarna los mismos ideales, intereses ni anhelos que la Iglesia-Pueblo. Y justo cuando ya no satisface suficientemente la tan escuchada justificación (muy popular, por cierto, en los ámbitos más fuertemente católicos) de que a la Iglesia se la debe amar –y obedecer- en su doble identidad de santa y pecadora (los más osados la llaman “santa y prostituta”) aparece un hombre que parecería haber comprendido como nadie la importancia de los gestos.



En la parte trasera del avión que lo llevaba de vuelta a Italia, el Papa Francisco conversó con los periodistas que lo acompañaban sobre algunos de los temas más controvertidos entre estas dos posturas de la Iglesia. Voy a detenerme en sus dichos sobre la homosexualidad, la corrupción bancaria del Vaticano, y el papel de la mujer en la Iglesia.


Al hablar sobre la homosexualidad, se refirió a un supuesto “lobby gay” dentro de la Iglesia. Esta declaración va de la mano con los informes que el año pasado se filtraron a la prensa italiana sobre la existencia de  una red de clérigos homosexuales.

Francisco dijo: “En un lobby no todos son buenos, pero si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla? El Catecismo de la Iglesia Católica explica y dice que no se deben marginar a esas personas y que deben ser integradas en la sociedad.” Y agregó: “El problema es hacer el lobby, de esa tendencia, o de políticos, masones”.

Lo que no queda claro es a qué llama Francisco “un lobby gay”, ¿será que cree que existe una propaganda gay que intenta extender la homosexualidad como una práctica dominante, colonizando la heterosexualidad? Porque si a lo que se refiere es a que las personas homosexuales luchen por la igualdad de derechos, sin que su género ni el ejercicio de su genitalidad entren en consideración, ¿no estaría en contradicción con sus propias palabras, en la misma frase, al sostener que es el propio Catecismo quien dice que no se las debe marginar y deben ser integradas en la sociedad? O quizás Francisco crea que es posible la integración social sin el reconocimiento y el ejercicio pleno de los mismos derechos para todos, y es a la lucha por estas reivindicaciones a lo que llama “lobby gay”.

Es difícil interpretar lo que otro quiere decir cuando habla. Pero tenemos acceso a lo que decía Francisco cuando todavía no era Francisco, en aquellos nada lejanos tiempos en que la extensión de derechos ya era un tema de discusión instalado en Argentina. A esos dichos, de cuando Bergoglio no era Francisco, podemos recurrir para contextualizar y comprender cuál de estos “quizás” es el que más probablemente explique el sentido de su declaración.

Y resulta que cuando el ahora Papa Francisco era todavía el Arzobispo de Buenos Aires y Cardenal Primado de la Argentina, dirigió una carta a las religiosas carmelitas de Buenos Aires en la que se refería al proyecto de matrimonio igualitario como la pretensión de destruir el plan de Dios, y no una cuestión política.



 Les escribo estas líneas a cada una de ustedes que están en los cuatro monasterios de Buenos Aires. El pueblo argentino deberá afrontar, en las próximas semanas, una situación cuyo resultado puede herir gravemente a la familia. Se trata del proyecto de ley sobre matrimonio de personas del mismo sexo.”

 Está en juego la identidad, y la supervivencia de la familia: papá, mamá e hijos. Está en juego la vida de tantos niños que serán discriminados de antemano privándolos de la maduración humana que Dios quiso se diera con un padre y una madre. Está en juego un rechazo frontal a la ley de Dios, grabada además en nuestros corazones”.

No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una movida del Padre de la Mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”.

Hoy la Patria, ante esta situación, necesita de la asistencia especial del Espíritu Santo que ponga la luz de la Verdad en medio de las tinieblas del error; necesita de este Abogado que nos defienda del encantamiento de tantos sofismas con que se busca justificar este proyecto de ley, y que confunden y engañan a personas de buen voluntad”.

 La carta concluye con este párrafo: “El proyecto de ley se tratará en el Senado después del 13 de julio. Miremos a San José, a María, al Niño y pidamos con fervor que ellos defiendan a la familia argentina en este momento. Recordémosle lo que Dios mismo dijo a su pueblo en un momento de mucha angustia: ‘esta guerra no es vuestra sino de Dios’. Que ellos nos socorran, defiendan y acompañen en esta guerra de Dios”.

No creo necesario aclarar más. El mismo Bergoglio aclara bien el sentido de las palabras que hoy son de Francisco: integración es simple tolerancia, no reconocimiento de los mismos derechos para todos. Y quienes luchan por una sociedad más equitativa, en contra del sostenimiento de la desigualdad, hacen lobby. Un lobby que es obra del Mal. Obra del demonio.

Cuando Francisco sostuvo ante los periodistas que “la tendencia a la homosexualidad no es el problema”, sus palabras de tolerancia se tornaron apenas un gesto: no los molestaremos mientras no se metan con lo que nosotros. Por si no quedó claro, agregó: “El problema son los lobbies que actúan en contra de los intereses de la Iglesia”. Parece ser que la extensión de los mismos derechos para todos, de la aceptación sensible y el reconocimiento de la diversidad –que es un hecho, y no una declaración de principios- va en contra de los intereses de la Iglesia. O, al menos, eso es lo que dice Francisco. Quien, recordemos, es infalible –según la misma Iglesia-Institución- en cuestiones de moral y doctrina. Parecería que a la Fe, la Esperanza, la Caridad y la Justicia, vendría bien ir sumándole la necesidad de recuperar como valor cristiano la Prudencia.

Pero tampoco vamos a fingir una ingenuidad que no tenemos. Yo también sospecho, como Francisco, que hay un lobby. Pero un lobby que intenta asociar la homosexualidad a la pedofilia. Casi no se pueden encontrar declaraciones vertidas desde la Iglesia-Institución sobre este tema donde no se mezclen la homosexualidad y la pedofilia. Y sospecho, además, que la intencionalidad es clara: sostener que todos los homosexuales son (al menos potencialmente) pedófilos colabora en sostener la intolerancia ante la homosexualidad y revestirla de un halo de perversión afín a despertar el asco y el rechazo contra ellos.

Esta equiparación, por supuesto, no sólo es falsa sino fácilmente refutable. Pero no creo necesario entrar en contraargumentaciones, porque no creo que haya nadie que crea semejante argumento, sino que no se trata más que de una estrategia discursiva. Además, sospecho que el eje de la lucha es la homosexualidad (a la que se intenta revestir de perversión apelando a una falsa asociación a la pedofilia) cuando en realidad la lucha contra la pedofilia no es más que otro gesto: mera (im)postura.

Es que en su primer día de pontificado, Francisco visitó Santa María la Mayor, donde entonces residía el cardenal retirado Bernard Law (acusado de encubrir a unos 250 curas pederastas entre 1984 y 2002, cuando era arzobispo de Boston –EEUU-). Según sabemos por el portavoz de la Santa Sede, el jesuita Federico Lombardi, Law casualmente (¿no era donde residía?) se encontraba allí. Los primeros rumores –después desmentidos- sostuvieron que Francisco lo increpó exigiéndole que se retire del Vaticano. Algunas versiones periodísticas suavizaron el tono alegando que en realidad le dijo que no lo quería volver a ver en el lugar. Pero su vocero sólo dice que Law se acercó a Francisco, se saludaron, y cada uno siguió su camino. Lo cierto es que no sabemos bien qué sucedió, si intercambiaron alguna frase como la que se rumorea o no, pero no hubo demasiado énfasis de ninguna de las partes implicadas ni en confirmar el hecho ni en desmentirlo. Sin embargo, el gesto –real o no- ya forma parte de la construcción del mito.

Un mito extraño, por cierto, si se considera que el todavía beato Juan Pablo II será proclamado santo, muy probablemente el 8 de diciembre en coincidencia con la festividad de la Inmaculada Concepción. Juan Pablo II era Papa cuando su sucesor, el entonces Joseph Ratzinger, era el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, función desde la cual se ha demostrado que encubrió al sacerdote estadounidense Lawrence Murphy –sospechoso de haber abusado de unos 200 niños sordos-. Siempre se sospechó que Juan Pablo no podía estar del todo desinformado sobre las causas que llevaba adelante –o encubría- su prefecto, y cuando se comenzó a hablar sobre su posible beatificación, este fue el argumento más fuerte contra su consideración.

Una de las evidencias más incuestionables para desmentir el supuesto desconocimiento de Juan Pablo II en el encubrimiento de los sacerdotes pedófilos es la carta que –firmada por Ratzinger- se envió en mayo de 2001 a todos los obispos católicos, declarando que las investigaciones internas  de la Iglesia sobre los casos de abuso sexual infantil estaban sujetas a secreto pontificio y que no debían ser denunciadas a las fuerzas públicas, hasta que las investigaciones fueran completadas, bajo pena de excomunión. Dado que la mayoría de las denuncias fueron desestimadas, y las pocas investigaciones realizadas fueron abandonadas, en los hechos no se ha informado a las autoridades civiles –ni se les han facilitado pruebas o evidencias- para que los pedófilos fuesen procesados. Las causas que han avanzado civilmente (como en el caso de Grassi en Argentina) contra sacerdotes pedófilos, se han consustanciado por las propias investigaciones que pudo realizar la justicia, sin colaboración de la Iglesia. En casi todos los otros casos la única medida fue el traslado del denunciado a otro destino, la mayoría de las veces sin la limitación de contacto con menores, e incluso en muchas ocasiones disimulado con un ascenso. Lo que en buen romance podríamos definir como “borrón y cuenta nueva”.

La excomunión con que se amenaza en la carta a quienes colaboren con la justicia civil no alcanzó en ningún caso a los acusados. Mucho menos, por supuesto, su secularización.

Una de las causas que sí se inició durante su Papado fue contra el Padre Marcial Maciel, fundador de La Legión de Cristo, pero no avanzó demasiado, y fue finalmente cerrada durante el Papado de Benedicto XVI (quien como prefecto durante el papado anterior había tenido la responsabilidad sobre ella) en razón de la avanzada edad del acusado. La misma razón aducida en el cierre de otras causas.

Quizás por esta tolerancia que la Iglesia ha venido demostrando en los hechos –más allá de la condena en las declaraciones y en los gestos- es que resulta más dura la declaración del matrimonio igualitario como una obra del demonio.

Y es por la misma razón que resultan tan contundentes las palabras que Francisco le dedicó a los divorciados, a quienes les recordó que vueltos a casar o no, están excomulgados por haberse divorciado. Para ellos, también hubo gestos: “Creo que es un tiempo de misericordia, un cambio de época”, pero se apresuró a acotar que se estudiará la cuestión de si los divorciados pueden recibir la comunión, de la que actualmente están impedidos. Gestos que no son –al menos todavía- acciones.

No deja de impresionarme que una persona sea excomulgada por estar divorciada, mientras que un sacerdote condenado por pedofilia o por crímenes de lesa humanidad pueda seguir celebrando Misa. En Argentina tenemos nuestros propios ejemplos, y Bergoglio no puede desconocerlos: los casos fueron juzgados y condenados por la justicia mientras él era Cardenal Primado. Así que Jorge lo sabe. Quizás Francisco lo haya olvidado.

Seguro lo ha olvidado. Debe ser una de las consecuencias de los cambios de nombre, como signo de un nuevo nacimiento y una nueva identidad. A veces, algunas personas, se toman los gestos demasiado literalmente…

Porque si no lo ha olvidado, ¿cómo es que Angelo Becciu –en su nombre- le envió una carta fechada el 3 de julio de 2013 a Cecilia Pando, en respuesta a otra que ella le había enviado el 18 de junio?

La carta fue publicada originalmente en la página de la Agencia Paco Urondo, donde se realizaron las marcas sobre el texto. Me impresiona muy fuertemente la ambigüedad del texto al referirse a los condenados por crímenes de lesa humanidad, llamándolos “presos”. Lo siniestro de sus acciones queda mezclado con las del ladronzuelo de gallinas, el estafador de guante blanco, el conductor embriagado… y con los detenidos sin condena, los aún no procesados, los inocentes injustamente encarcelados, los que serán absueltos libres de culpa y cargo. Y, como bien podría suceder, hasta podrían codearse con el adicto, con la mujer que se realizó un aborto, y con el médico que la ayudó para que no se desangre en la mesa de la cocina de una comadrona de barrio.

En el mismo lodo, todos manoseados. Un gesto el responder la carta de Cecilia, férrea defensora de represores, asesinos y apropiadores de niños durante la dictadura. Un gesto pedirle a otro que la firme por él. Y todo un atrevimiento -aún para la Santa Sede- hablar sobre reconciliación cuando el perdón es una atribución de las víctimas y no de sus victimarios. Victimarios que -recordemos- no se han arrepentido.

¿Habrá sido también un gesto, prometerles a Estela de Carlotto –y en su persona a todas las Abuelas- y a Juan Cabandié –y en su persona a todos los Hijos- colaborar en la búsqueda de los nietos que aún faltan encontrar? ¿Cómo esperar de su promesa más que un simple gesto, después de esta carta a Cecilia Pando, quien sostiene militantemente que esos niños están donde deben estar? ¿Podemos esperar, después de esta carta, que Francisco abra los archivos y entregue los documentos que permitan restituir la identidad a los niños apropiados y devolver los cuerpos de los desaparecidos?


 

Quizás no sea que Francisco haya olvidado que fue Bergoglio. Quizás en aquel Bergoglio ya estaba este Francisco, ambiguo y lleno de gestos. Como cuando durante la dictadura escribía solicitudes y recomendaciones para proteger sacerdotes, mientras a sus espaldas llamaba a los destinatarios de sus misivas para indicarles que las rechazaran. O como cuando –tiempo después- revelaba periodísticamente información precisa que permitió identificar un centro clandestino de detención, pero que desmintió conocer cuando debió testificar sobre esos mismos datos frente a la justicia.



Estas jornadas que acaban de terminar nos dejan, además, otra postal. Una postal final que tiene mucho de gesto. El que en realidad me preocupa mucho más. Es que no es la primera vez que la elección de un Papa sorprende  a los desprevenidos. No es la primera vez que llega un Papa desde el fin del mundo. Cuando allá por 1978 fue proclamado Karol Wojtyla, se había buscado un Papa proveniente del otro lado de la cortina de hierro: un Papa conocedor del terreno donde debía librarse la lucha contra el Comunismo. Así, Juan Pablo II se convirtió en el mayor símbolo del anticomunismo, y combatió la expansión del marxismo y de la Teología de la Liberación, con Ratzinger como su mano derecha y sucesor.
Este nuevo Papa, el Papa Francisco, puede ser visto por la Iglesia-Institución como un garante de la continuación de aquel legado allí donde la lucha no ha terminado. Un Papa venido de América Latina, el corazón de una nueva manera de entender y hacer política. Una América Latina que, con sus diferencias, crea nuevas organizaciones, se alza como una región con carácter propio, y se para económicamente frente a las potencias y las corporaciones multinacionales. Una región que, política y económicamente, confronta con los intereses políticos y económicos del Estado del Vaticano: esos que desde el Banco ahora tan cuestionado, corrupto y obsceno, han sido férreamente cuidados. Y me preocupa porque Francisco, cuando no era Francisco, sino quetodavía era Bergoglio, no tuvo gestos ni palabras en favor de este nuevo movimiento. Francisco, cuando era Bergoglio, se paraba del otro lado.
 
Y allí va Francisco. Con sus zapatos gastados, siempre fotografiados. Sentado en el trono que ha reemplazado, siempre fotografiado. Durmiendo en su cuarto austero, siempre fotografiado. Con sus gestos campechanos, y su sonrisa amplia. Con su discurso plagado de gestos.

Pero detrás de los zapatos gastados con que tan cómodo camina, y del trono de Príncipe de la Iglesia con menos oropeles pero igual poder absoluto e infalible sobre cuestiones de moral y doctrina, se erige el Banco del Vaticano, con sus bienes mal habidos en un escándalo de evasión, estafas, blanqueo de dinero y tráfico de armas. Ese banco con el que, todavía, no sabe qué va a hacer. ¿Pensará en esto cuando recuesta la noche sobre la almohada de su cuarto austero? Cómo saberlo…

Hay otras cosas que están mucho más claras. Aunque los gestos sean de consuelo, homosexuales, mujeres, víctimas de pedófilos, abuelas que buscan a sus nietos no parecen tener mucho que esperar.

La Iglesia-Institución descansa cobijada por la gloria de Dios. La Iglesia-Pueblo se enciende abrasada y abrazada por la pasión de la cruz de Cristo. Por ahora, todo está en su justo lugar. Veremos qué tan dispuesto está el Papa Francisco a dejar de lado los gestos y arremangarse en serio. Y por su obra lo conoceremos.

 

Viviana Taylor