domingo, 3 de agosto de 2014

Relaciones carnales entre la política exterior renovadora y los intereses de EEUU




La defensa de la propiedad intelectual

como caso de análisis
 
 
 
 
Por Viviana Taylor
 

En mi posteo anterior, 497 días para el fin. ¿Entre el postkirchnerismoy la política vintage?, indagué acerca de algunos de los vínculos entre el equipo de política exterior del Frente Renovador y los intereses de Estados Unidos sobre la región: acuerdos de servicios, inversión, propiedad intelectual  y compras de gobierno.
En este nuevo posteo me propongo abordar uno de estos intereses en particular, la defensa de la propiedad intelectual, para que echemos un poco de luz sobre el modo en que los Estados Unidos –particularmente en nuestro caso, a través de su embajada en Buenos Aires- busca proteger los intereses que luego instrumenta a través de la manipulación política de los gobiernos locales y la acción directa de los organismos multilaterales en los que participa y promueve.

Como suelo proponer, hagamos un poco de historia
La defensa de la propiedad intelectual estadounidense ha sido una de las prioridades de la embajada de EEUU en Argentina, y fue uno de los temas casi excluyentes que el embajador Earl Anthony Wayne asumió durante su gestión.
Sus esfuerzos en este tema pueden seguirse en la lectura de los cables que firmó la embajada entre enero de 2007 y abril de 2009, que fueron filtrados por Wikileaks.
Partamos de una aclaración necesaria: al referirnos a propiedad intelectual, vamos a tener en cuenta que estamos considerando dos grandes categorías.

1.     patentes y marcas

2.     derechos de autor

En las negociaciones de comercio internacional, lo que típicamente exigen los países desarrollados es que sus patentes, marcas y derechos de autor sean respetados en los países en desarrollo con los que firman acuerdos y tratados. A cambio, los países en desarrollo exigen que los desarrollados abran sus mercados a los productos agrícolas que producen, y que no subsidien más a sus propios agricultores, para poder acceder a condiciones equitativas de competencia.

Esto fue lo que sucedió durante la Ronda de Uruguay, que es el nombre con que se llama a la octava reunión de países de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que se inició en Punta del Este en 1986 y concluyó en  1993 en Marrakech. Esta Ronda tenía por objetivo negociar la política de aranceles y la liberalización de mercados a nivel mundial, y Estados Unidos logró imponer un tratado de propiedad intelectual conocido como TRIPS (Trade Related Aspects ofIntellectual Property Rights).

Para adecuarse al TRIPS, la Argentina aprobó una modificación a la Ley de Patentes de Invención y Modelosde Utilidad a principios del gobierno de Néstor Kirchner, con el apoyo de todas las bancadas excepto las del socialismo y la Izquierda Unida. El gobierno argentino dio por cumplidas sus obligaciones con lo que le exigía la OMC (o más bien, lo que exigía Estados Unidos a través de ella), pero el gobierno de Washington no se dio por satisfecho, y decidió mantener a Argentina en una lista de países que no alcanzan el grado de cooperación suficiente, en la que había sido confinada desde 1996.

Esta lista de no cooperación es realmente un caso de análisis muy interesante, y por eso merece que nos detengamos a ver qué es y cómo funciona. Se trata de una lista doble o doble categorización que confecciona la Oficina de Patentes y Marcas de los Estados Unidos: la “Special 301 Priority Watch List” en la figuran todos los países que no alcanzan el grado de cooperación suficiente que esa Oficina de EEUU considera adecuado y para los que se sugiere una vigilancia prioritaria –en 2013 los tres países sudamericanos que quedamos en ella somos Argentina, Chile y Venezuela- y la “Special 301 Watch List”, en la que figuran los países que no requieren una vigilancia prioritaria, pero cuya legislación no alcanza a satisfacer los estándares de la Oficina. En esta segunda lista están el resto de los países sudamericanos, excepto Uruguay que fue quitado en 2007. Ese mismo año Brasil pasó de estar en la primera lista a esta segunda. El resto sigue sin cambios interesantes desde su creación, en los años ’90.
Digo que es un caso de análisis interesante porque esta doble lista que confecciona la Oficina de Patentes y Marcas de los Estados Unidos no es una mera clasificación, sino que tiene una  consecuencia concreta y directa: habilita al Departamento de Comercio estadounidense a presentar denuncias ante la OMC y así logra justificar la remoción de las preferencias arancelarias que le concede a los países en desarrollo.
Efectivamente, es así como parece: Estados Unidos es legislador, juez y parte. Y la OMC lo ampara.

Sin embargo la decisión de remover las preferencias arancelarias no se toma por el solo hecho de estar en la lista, sino en función de un entramado de decisiones políticas más complejas. A Argentina, a pesar de que estamos en la lista desde 1996, las preferencias arancelarias le fueron retiradas recién en mayo de 2012, y nada tuvo que ver con cuestiones de propiedad intelectual. Fueron retiradas por una orden ejecutiva firmada por el presidente Barak Obama, en la que se aduce que Argentina no actúo “de buena fe en el cumplimiento de fallos arbitrales a favor de empresas o ciudadanos de los Estados Unidos”: habíamos recibido un fallo adverso del CIADI en favor de dos empresas estadounidenses que se negaron a iniciar los trámites del cobro de la sentencia, respetando el reglamento del CIADI y de la legislación argentina. Argentina le solicitó a las autoridades comerciales de EEUU que resolvieran el diferendo interpretativo, pero estas autoridades aceptaron la postura de las empresas e insistieron en la pretensión de obligar a que se aplique un mecanismo a medida de los fondos buitres y contrario al sistema legal vigente en Argentina. Como esa sentencia sigue sin ejecutarse, el castigo fue el retiro de estas preferencias arancelarias.

La OMC no es el único organismo que –revestido de multilateralidad e internacionalismo- ampara los intereses de Estados Unidos. Antes lo amparaba el ALCA, hasta que la herida de muerte que le asestaron Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula da Silva en Mar del Plata en 2005 lo dejó fuera de juego. Y desde 2011 lo ampara la Alianza del Pacífico, que integra como país observador pero con altísima incidencia sobre la política de los países que la componen como miembros plenos y –consecuentemente- sobre los acuerdos que se alcanzan en su seno.
Volviendo: desde que existe este mecanismo específico de vigilancia y control instituido por su Oficina de Patentes, cada embajador estadounidense elevó un informe anual al Departamento de Estado sobre la situación de la propiedad intelectual en Argentina, junto con la recomendación de mantenernos en la lista de seguimiento prioritario.
Los dos temas álgidos que determinan que sigamos allí son la comercialización de medicamentos y la circulación de software no registrado y libre.

La cuestión de los medicamentos
En varios informes de la embajada de EEUU se incluyen quejas de los laboratorios Bristol-Myers Squibb, Eli Lilly and Company y Merk, Sharpe & Dohme. Todas estas quejas coinciden en que en Argentina existen “trampas regulatorias” (en referencia a las leyes que regulan el patentamiento de medicamentos) que permiten a los laboratorios nacionales ignorar las patentes estadounidenses y comercializar libremente medicamentos.
Vamos a focalizar sobre una de estas denuncias, para entender la envergadura de lo que se discute. En enero de 2007, la empresa farmacéutica Bristol-Myers Squibb (BMS) y el laboratorio Pfizer -ambos estadounidenses- obtuvieron la patente de la didanosina, un antirretroviral para tratar el VIH-sida. Inmediatamente BMS solicitó (y logró rápidamente) una medida cautelar en contra del local laboratorio Richmond, que había ofrecido vender didanosina al Programa de VIH-sida del gobierno argentino.
La Cámara Industrial de Laboratorios Farmacéuticos Argentinos y la Cámara Empresaria de Laboratorios Farmacéuticos sacaron un aviso de una página completa en la mayoría de los diarios denunciando la situación porque “genera monopolios y pone en riesgo la provisión de medicamentos y nombrando al juez que tomó la causa: Alejandro Saint Genes, del Juzgado Nacional Civil y Comercial Nº 9.
La Cámara Argentina de Especialidades Medicinales, a la que pertenece BMS, defendió la decisión del juez Saint Genes en una gacetilla que distribuyó a la prensa: “las patentes no generan monopolios; por el contrario, alientan la competencia por generar productos innovadores en beneficio de la sociedad”.
Al día siguiente, el ministro de Salud, Ginés González, se sumó a la disputa diciendo que las patentes medicinales “generan monopolios y ponen en riesgo el acceso a los medicamentos”. También escribió un editorial el 20 de abril en el que tildó a los pacientes de VIH-sida de “rehenes” de las empresas multinacionales.
La repetición de este tipo de casos, que impulsaron una enorme cantidad de pedido de cautelares abusivas de laboratorios y farmacéuticas extranjeros (especialmente estadounidenses) contra laboratorios locales, profundizó las decisiones regulatorias en torno de la propiedad intelectual en productos medicinales. Y, desde entonces,  la situación ha cambiado radicalmente.
En mayo de 2012 Argentina puso en vigencia rigurosas pautas de examen de patentes farmacéuticas, que instruyen a los examinadores del Instituto Nacional de Propiedad Industrial (INPI). Estas pautas indican que las combinaciones de compuestos ya existentes no son patentables, puesto que carecen de novedad y actividad inventiva que justifique el otorgamiento de una nueva patente sobre los principios activos que se encuentran en dominio público o prontos a expirar las patentes. Sin embargo, sigue siendo muy común que las compañías farmacéuticas intenten repatentar las mismas moléculas realizándoles pequeños cambios, o combinando drogas ya existentes, o que reclamen la perpetuidad de las patentes, para poder cobrar precios exorbitantes por medicamentos que son accesibles en el mercado como genéricos de calidad y a buen precio.
Esta práctica de patentamiento abusivo había sido tan común hasta la normalización de estas pautas, que una de las tareas del INPI durante 2012 consistió en la revisión de las 186 patentes que se habían otorgado el año anterior, de las cuales el 94,6% eran de titularidad de no residentes en el país. Y la revisión reveló una realidad escalofriante: apenas el 2,7% correspondían a nuevos productos identificados mediante estructura y nombre.
El 61,3% de las solicitudes correspondían a patentes del tipo Markush, que son las que comprenden una estructura madre que puede dar lugar a un conjunto de millones de compuestos y permiten protegerlos a todos, sin necesidad de fabricar cada uno de ellos, ensayarlos o siquiera de identificarlos. Y en un porcentaje menor, a patentes tipo evergreening: una estrategia semejante a las de tipo Markush pero focalizada en una combinación específica de drogas ya existentes.

A pesar de las revisiones, BMS y Laboratorios Gilead volvieron a intentarlo: solicitaron el patentamiento con el nombre de ATRIPLA® para una combinación evergreening de antirretrovirales (TDF + FTC + EFV) de uso prioritario en el país, lo que motivó la presentación de la primera oposición (Llamado de Atención) en nuestro país, en diciembre de 2013.
Al dar a conocer públicamente el llamado de oposición, el presentante Pablo García (Secretario General de la Red Argentina de Personas Positivas, una organización que trabaja desde 1998 para mejorar la calidad de vida de personas con VIH-Sida) afirmó que “este medicamento es muy importante para nuestra población porque es de muy fácil administración en una sola toma diaria, es decir, una sola pastilla por día”. Y un estudio de precios realizado por la Red Latinoamericana por el Acceso a los Medicamentos, demostró que el medicamento TDF + FTC + EFV que se comercializa en exclusividad en Argentina bajo el nombre comercial de ATRIPLA®, le cuesta al programa de provisión pública U$S 2605 por persona por año.
Pablo García sostiene que “Nos preocupa la sostenibilidad del Programa de Provisión de Medicamentos, y más aún cuando con las nuevas guías de tratamiento, más personas necesitan comenzar el tratamiento con antirretrovirales en forma temprana y como vemos los precios son cada vez más altos a causa de la protección de patentes.”
Por su parte, Lorena Di Giano (Fundación GEP, otra de las presentantes) expresó que “La legislación nacional argentina en materia de patentes cuenta con mecanismos legales que permiten accionar en los casos de abusos de la industria farmacéutica y por ello hemos presentado la oposición a la patente solicitada por Gilead Sciences y Bristol Myers”.
Y el legislador Alex Freyre, presidente de la Fundación GEP, acotó: “Las patentes farmacéuticas retrasan la entrada de medicamentos genéricos al mercado, impiden la competencia de precios y ponen grandes desafíos para el acceso a la salud de la población”.
Acompañaron la oposición:
·        Red Argentina de Personas Positivas (Redar Positiva)
·        Fundación Buenos Aires SIDA
·        Fundación Grupo Efecto Positivo (Fundación GEP)
·        Vox Asociación Civil
·        Gente Buena del Sur Asociación Civil
·        RAJAP -Red Argentina de Jóvenes Positivos
·        Red Formoseña de Personas que Viven con VIH
·        Asociación Civil Nokanchis

Por un caso similar al presentado por BMS, en 2003 Aventis Pharma S.A. (hoy Sanofi Aventis) solicitó una cautelar contra Microsules Argentina S.A., por una patente de procedimiento sobre el polimorfo trihidrato del principio activo oncológico docetaxel. En diciembre de 2013 la justicia determinó que la medida cautelar había sido abusiva, y Aventis Pharma fue condenada a pagarle a Microsules una indemnización para resarcirla de los prejuicios ocasionados, que –con intereses- supera los $15 millones.
Por otro caso semejante, apenas unos meses antes -en mayo de 2013- el también quejoso de embajadas Laboratorio Eli Lilly, había perdido un juicio iniciado en 2003 contra Ivax por el antipsicótico Olanzapina.

Estos fueron apenas dos ejemplos de los muchos casos que se precipitaron a partir de la nueva reglamentación del INPI, que tuvo como consecuencia adicional la exigencia a la Justicia de la obligación de considerar el cumplimiento de la totalidad de los requisitos de patentamiento antes de otorgar medidas cautelares.
 


Esta preocupación por el modo en que los países desarrollados presionan sobre los países en desarrollo para imponerles condiciones de protección sobre sus marcas y patentes no es exclusiva de Argentina.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicó en abril de 20012 un documento de discusión titulado La declaración de Doha 10 años después y su impacto en el acceso a los medicamentos y el derecho a la salud.
En el documento la PNUD alerta sobre la proliferación de tratados de libre comercio que contienen normas sobre propiedad intelectual, ya que considera que impactan negativamente en el acceso a los medicamentos y que pueden impedir la sustentabilidad de los tratamientos contra el HIV y enfermedades relacionadas. Por eso alerta a los países en desarrollo que no hayan incorporado las flexibilidades del acuerdo sobre los ADPIC vinculadas con la promoción del acceso a los medicamentos, a que lo hagan inmediatamente, asegurándose de que existan procedimientos de oposición previos y posteriores a la concesión de una patente, y a que revisen sus políticas de patentabilidad de productos farmacéuticos para evitar la proliferación de patentes con baja o inexistente novedad, actividad inventiva y/o aplicabilidad.

Como hemos analizado, Argentina ya estaba trabajando en esto e introdujo las nuevas reglamentaciones en mayo de 2012, apenas un mes después del llamado de alerta de la PNUD.

Pero el compromiso que nuestro país ha asumido sobre el tema va más allá de la revisión de normas internas: ha asumido una posición activa al respecto en los organismos multilaterales en lo que participa.
En el marco de la 19ª sesión del Comité Permanente sobre el Derecho de Patentes de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI), que se llevó a cabo entre el 25 y el 28 de febrero de 2013, Argentina intervino durante el debate del tema “Las Patentes y la Salud”.
Nuestra delegación apoyó la propuesta del Grupo Africano y del Grupo de la Agenda para el Desarrollo, para implementar un programa de trabajo dirigido a fortalecer la capacidad de los estados miembros para adaptar sus sistemas de patentes y utilizar plenamente las flexibilidades del sistema internacional para fomentar las prioridades de política pública en el ámbito de la salud.
Este apoyo estuvo en clara oposición a la propuesta de EEUU, quien pretendía instalar un programa de trabajo para borrar las regulaciones locales para el patentamiento, con la pretensión de que es la existencia de estas regulaciones la que vuelve difícil la disponibilidad de medicamentos seguros y eficaces. Y así fue manifestado: Argentina aclaró que no es competencia de la OMPI discutir temas como medicamentos falsificados y de calidad inferior, ya que “la cuestión de medicamentos falsificados no tiene relación con la observancia del derecho de patentes sino con las leyes sobre comercialización de los medicamentos”, por lo que el foro adecuado “para tratar las metodologías que permitan garantizar la calidad, la seguridad y la eficacia de los medicamentos y productos para la salud es la OMS”.

También preocupado por este lobby de los países desarrollados (especialmente EEUU) a través de su participación en los organismos multilaterales, el Max Planck Institute for Intellectual Property and Competition Law (MPI)  elaboró los Principios para las Disposiciones sobre Propiedad Intelectual en Acuerdos Bilaterales y Regionales, que fueron formalmente presentados en junio de 2013, en el marco del XXXII Congreso Anual de la Association for the Advancement of Teaching and Research in Intellectual Property (ATRIP).
El documento advierte que los países desarrollados presionan para que sean aceptadas sus disposiciones de propiedad intelectual al celebrar acuerdos bilaterales con países no desarrollados y emergentes, incluyéndolas como moneda de cambio: las usan como condición para su firma, valiéndose de las normas internacionales que ellos mismos promueven y de la falta de transparencia e inclusión en los procesos de negociación (que llevan adelante, por ejemplo, a través del procedimiento de Sala Verde de la OMC –que expliqué en detalle en mi posteo anterior- según el cual un número reducido de países llega a los acuerdos, que el resto debe consensuar sin haber sido consultado).
En este contexto, el Max Planck Institute  presentó este documento de discusión, que busca promover una mejor reglamentación de la propiedad intelectual internacional que resulte equilibrada y mutuamente beneficiosa (lo que está en línea con la posición asumida por Argentina) y que se encuentra abierto a la adhesión de académicos, investigadores y practicantes.

Esta vez no tengo un cable filtrado de la embajada con el último informe sobre nuestro país, correspondiente al año 2013, para constatar cuál es la lista de la Oficina de Patentes en que se recomienda incluir a Argentina en 2014. Pero sospecho cuál ha sido, porque nuestra calificación no cambiado.


La cuestión del software
Durante la representación de Wayne, la embajada de los Estados Unidos también acusó recurrentemente al Estado argentino de abastecerse hasta un 90% de software no registrado. Sin embargo, más allá de las denuncias explícitas, lo que en realidad lo preocupaba era el software libre (al que incluía en sus informes como parte de aquella categoría) dado que, a pesar de ser completamente legal y no estar en conflicto con la propiedad intelectual, consideraba que era una amenaza para los posibles contratos que empresas informáticas estadounidenses  podrían obtener en Argentina.
Y razón no le faltaba: el entonces Jefe de Gabinete Aníbal Fernández había firmado un convenio con Red Hat para impulsa el uso de software libre en la administración pública del Estado, en la que -según afirmaba- su uso ya había alcanzado el 60%.
Es que la cuestión de las patentes es, antes que nada –y después de todo- una cuestión de negocios.

Pero seguramente su preocupación se extendía más allá de la pérdida de negocios para unas cuántas empresas estadounidenses. Quizás lo que más le preocupaba fuese que se cerraran las puertas que le había abierto Ricardo  Lorenzetti el 27 de enero de 2006.

Resulta que ese día fue la segunda vez en que Lorenzetti concurrió a la embajada para reunirse con Wayne, y la primera en que iba solo y ya como presidente de la Corte Suprema de Justicia. Durante la reunión, el embajador Wayne le preguntó si el presupuesto judicial (que administra la Corte) alcanzaba para que funcionara bien, a lo que Lorenzetti respondió que la falta de recursos le impedía adquirir la tecnología necesaria para mejorar su eficiencia.
A pesar de este pedido disfrazado de queja, no existían tales problemas de presupuesto: el gobierno argentino ya había dispuesto fondos para inversiones en tecnología. Aun así, la embajada ofreció que sus especialistas accedieran a la red informática del sistema judicial argentino para proveer asistencia técnica. Y Lorenzetti lo permitió.
La versión oficial es que tal asistencia proveyó de asesoramiento técnico directo al equipo de investigaciones de la oficina de Derecho Comparado de la Corte Suprema y de acceso directo a su colección virtual de recursos legales de los Estados Unidos. Pero conocida la red de espionaje con que los Estados Unidos intervino (e interviene) sobre otros Estados, parece que los permisos que autorizó Lorenzetti fueron excesivos. Sobre todo si no fueron debidamente informados. Y eso sin entrar a considerar si la provisión de acceso directo a los recursos legales de los Estados Unidos es  de doble vía.
De lo que no tengo dudas es de que todo se debe haber hecho con software debidamente registrado.


Una batalla comercial, legal, cultural, y política
La batalla que se empeña en librar los Estados Unidos para garantizar la defensa de la propiedad intelectual de los estadounidenses ha sido larga, y estratégicamente ordenada.
Luego de que Argentina aprobara en 2003 una modificación a la Ley de Patentes que no satisfizo a los intereses que pretendían proteger los TRIPS a través de la OMC, la estrategia no consistió únicamente en mantener al país en la lista de vigilancia prioritaria en la que estábamos desde 1996, sino que la embajada decidió alentar la redacción secreta de un nuevo proyecto de ley de marcas registradas, que alcanzara amplias facultades jurisdiccionales y duras sanciones para los infractores.
El primer paso de la estrategia consistía en redactar una ley a gusto y conveniencia de los intereses estadounidenses, e introducirlo en el Congreso para su tratamiento legislativo. Lo logró en agosto de 2004 con un proyecto que involucraba a la Agencia Impositiva (AFIP) en investigaciones de piratería, expandía la Unidad de Investigaciones Financieras (UIF) para incluir la piratería de marcas entre los crímenes que le corresponder investigar, y aumentaba las penas para los convictos de piratería de marcas, eliminando el servicio comunitario como una sentencia posible, volviéndola de encarcelamiento efectivo. Pero no tuvo éxito.
Un abogado que ayudó a redactarlo (y que no es nombrado en los cables filtrados por Wikileaks) le aseguró a la embajada que el proyecto sería reintroducido en 2006, y culpó por el fracaso de la legislación al letargo de las cámaras de comercio argentinas que –según consta en los cables- habría asegurado que no apoyaron el esfuerzo.
A pesar de la reserva de su nombre, todo parecería indicar que el abogado en cuestión es el Dr. Roberto Porcel, quien no se ha cansado de publicar artículos sobre el tema, con demasiadas referencias explícitas como para no suponerlo implicado en la redacción de este proyecto.
El Dr Porcel es un interesante personaje: socio del Jockey Club Argentino y del Buenos Aires Rowing Club, su estudio está registrado en la International Trademark Association (INTA). Amigo íntimo de Sergio Massa (que no se cansa de aparecer en todas las investigaciones como promotor de los intereses de los EEUU), cuando éste era Jefe de Gabinete, en los medios se especuló que Porcel podría ser nombrado ministro de Justicia de la Nación en reemplazo de Aníbal Fernández. Y es un nombre que sigue barajándose cuando se piensa en la conformación de su equipo de funcionarios propuestos para el 2015. Actualmente, está abiertamente comprometido en la defensa del fiscal Campagnoli, en la oposición más rancia al kirchnerismo, en favor de los fondos buitre, y es abogado y asesor de Jesús Cariglino, el massista intendente del municipio bonaerense de Malvinas Argentinas.
Como a principios de 2007 el tratamiento del proyecto de ley seguía trabado, la embajada le encargó a la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en Argentina (AmCham) que escribiera su propio proyecto, inspirándose en el aquel otro que no había prosperado a pesar de su reintroducción el año anterior.
Aunque tampoco aparece nombrada (en los cables se habla de “un legislador que piensa igual que nosotros”) la Senadora Nacional por la provincia del Chaco Mirian Curletti  (UCR) fue quien presentó este proyecto renovado, logrando que tome estado parlamentario el 22 de junio de 2007. Y -recorriendo los artículos del Dr Porcel- parecería que el Diputado Cristian Ritondo fue quien tomó la posta de Curletti cuando ella perdió la banca en diciembre de ese año. De sus artículos también se desprende que Ritondo fue otro de los autores de aquel proyecto original en cuya redacción habría participado el propio Porcel.

 


Queda claro que la redacción de una ley hecha al gusto y medida de los intereses estadounidenses no era suficiente sin este imprescindible segundo paso de la estrategia: el reclutamiento de legisladores afines para que la presentaran en el Congreso argentino a título propio, y no en nombre de la embajada ni de la cámara.
La propia embajada afirma en un cable fechado el 11 de mayo de 2007 que no va admitir que está detrás del proyecto de ley redactado por la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en Argentina, porque sería “contraproducente”. La estrategia era bien explícita: trabajar con las cámaras de negociones y representaciones diplomáticas, y con los miembros del Congreso de la Argentina que “piensen como nosotros”.

Pero esto tampoco era suficiente para garantizar el éxito buscado. El tercer paso propuesto fue trabajar con la Cámara de Comercio, las escuelas, universidades, medios de comunicación y referentes culturales, para instalar la idea de que es necesario defender la propiedad intelectual y aplicar penas de cárcel a los infractores.
Una de las acciones en este sentido fue la celebración conjunta, entre la embajada y la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, del Día de la Propiedad Intelecual, el 26 de abril de 2007. Y lo hicieron con el lanzamiento de un concurso organizado por la Cámara y con el embajador como anfitrión, destinado a estudiantes universitarios y jóvenes profesionales. Los participantes debían escribir un ensayo sobre cómo la propiedad intelectual beneficia a la Argentina, y los ganadores recibirían cursos de posgrado gratis en una universidad local.
Además, se lanzó una campaña de prensa para intentar compensar el escándalo por las patentes de medicación para el VIH-Sida,  que había estallado sobre los laboratorios farmacéuticos estadounidenses BMS y Pfizer. El Cronista Comercial colocó el tema de la defensa de la propiedad intelectual en tapa, y publicó un editorial de tres cuartos de página firmado por el embajador Wayne, sobre su relación con la creatividad.
Por su parte, la Oficina de Prensa de la embajada trabajó con un editorialista local cuya identidad preservó, para coordinar un segundo editorial que salió sin firma esa misma mañana en La Nación, para asociar la piratería a la pérdida de creatividad y el empobrecimiento cultural. ¿Habrá sido Joaquín Morales Solá, a quien a través de los años la embajada ha reconocido como su principal portavoz para transmitir sus mensajes a la opinión pública argentina, a través de sus columnas dominicales en ese mismo diario?  

En agosto la embajada llevó adelante un taller multidisciplinario sobre el derecho a la propiedad intelectual, diseñado y dirigido por el director del programa de OPDAT (Office of Overseas Prosecutorial Development, Assistance and Training) del departamento de Justicia y su equipo de entrenadores.  El taller se aprovechó para la redacción de un borrador de manual de buenas prácticas para la defensa de la propiedad intelectual, específico sobre y para la Argentina.
Entre los participantes argentinos estuvieron un juez federal criminal, fiscales (federales, de la provincia y de la ciudad de Buenos Aires), investigadores de Gendarmería y de Prefectura, autoridades impositivas y aduaneras, abogados privados que trabajan temas de propiedad intelectual y representantes de organizaciones privadas.
Llamativamente a nadie le llamó la atención que además se hubiese invitado a un funcionario aduanero y otro de la fiscalía de la región de la Triple Frontera “por el alto nivel de crímenes vinculados con la piratería en la región”, y que se aprovechara su nada casual presencia para justificar la presentación de las agencias de seguridad de la embajada (FBI y DEA) en un evento cuyo tema de tratamiento era la propiedad intelectual: “una oportunidad importante ya que muchos de los participantes tienen responsabilidades que se extienden más allá del tema de propiedad intelectual”, quedó escrito en el cable del 30 de agosto de 2007.
El 11 de septiembre de 2007, le volvió a tocar a la AmCham ser sede de una nueva actividad. Esta vez se trató de una conferencia académica internacional sobre propiedad intelectual, de la que participaron Nike, Ford y Microsoft. Un cable de la embajada fechado el 20 de septiembre destaca que considera que la misma logró relevancia gracias a un editorial de Wayne oportunamente publicado por Clarín el día anterior.
A través de estas actividades la AmCham cumplió con el doble cometido de crear una Ley de Marcas Registradas usando como modelo el proyecto de 2004, que como ya vimos había sido presentado en el Congreso por Mirian Curletti, a quien los cables nombran como “un parlamentario que piensa como nosotros”; y difundir sus intereses para naturalizarlos y volverlos de sentido común.
La suerte, sin embargo, no siempre estuvo de su parte. A pesar de los esfuerzos y de las estrategias desplegadas, el escándalo recurrente que provocaron las repetidas demandas de  empresas farmacéuticas develó que todo se reduce a una cuestión de negocios en los que no se juega limpio. Y el proyecto –una vez más- naufragó.
 
Pero el tema viene con epílogo. Tras la partida de Wayne, en 2009, la embajada no pareció volver a preocuparse por el tema de la propiedad intelectual.
El manual de buenas prácticas, que iba a ser financiado por la embajada y distribuido en 2008, nunca apareció. Al menos, como documento de la embajada o de la AmCham. Aunque podría haber tenido cierta influencia sobre la Guía de buenas Prácticas en Gestión de la Transferencia de Tecnología y la Propiedad Intelectual, que presentó en noviembre de 2012 el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, y en la que se reconoce la colaboración de Innovos Group S.A. (Argentina), Neos Ltda. (Chile) y The International Technology Transfer Institute –ITTI, University of Hampshire School of Law (Estados Unidos) y se cita abundante bibliografía de universidades estadounidenses.

El cuarto y último aspecto de la estrategia desarrollada por la embajada fue la organización de un grupo de fiscales, jueces, y funcionarios del gobierno argentino dispuestos a trabajar en coordinación con ella para mejorar la protección de la propiedad intelectual estadounidense en Argentina. Cuarto y último a los efectos de explicarlos ordenadamente... porque en realidad todos estos aspectos se tuvieron en cuenta permanente y sinérgicamente.
Para hacerlo, la embajada se valió de un programa organizado desde 2001, “Justicia para el Cambio”, que consiste en el financiamiento de un viaje anual a los Estados Unidos para estudiar administración de justicia. De hecho, el embajador Wayne conversó en 2008 con el presidente de la Corte Suprema de Justicia Lorenzetti sobre su viaje anual junto con Maqueda, por invitación del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) y con el financiamiento de la embajada. E incluyó en la charla la posibilidad de invitar a participar ese año a algunos miembros del equipo técnico del Plan Nacional de Gestión Judicial.
El embajador le mencionó, tres formas en que la embajada podía cooperar con la gestión del sistema judicial argentino:
1.    organizando conferencias para formar formadores con especialistas de instituciones judiciales de los Estados Unidos, como el Centro Judicial Federal, y funcionarios judiciales, entre ellos el secretario para el Distrito de Puerto Rico;
2.    la organización de programas de formación de educación a distancia a través de videoconferencias digitales
3.    traer a un experto en evaluación para identificar posibles mejoras en la implementación del Plan de Gestión Judicial.
Más directo es el caso de los jueces, fiscales y funcionarios que participaron en las reuniones con los expertos en propiedad intelectual en la embajada y que luego viajaron a los Estados Unidos para recibir entrenamiento: así como los informes de Wayne no nombran a los legisladores argentinos que presentaron proyectos de ley en el Congreso, tampoco lo hace con ellos. Y han sido muy cuidadosos al proteger su identidad: los viajes no fueron financiados por la embajada sino triangulados a través del Bureau of International Narcotics and Law Enforcement Affairs (INL), la agencia internacional antinarcóticos del Departamento de Estado. Quedaron bajo la órbita de su seguridad nacional.
A pesar de tanto silencio, la presencia insoslayable parecería ser la de Ricardo Lorenzetti: se reunió en siete ocasiones con el embajador norteamericano, entre mediados del 2006 y principios del 2010. Un cable diplomático dice que la embajada le pagó un viaje, otro que se comprometió a buscar recursos para financiar un congreso de jueces que Lorenzetti estaba organizando y un tercero que especialistas contratados por la embajada modernizaron el sistema informático de la Corte Suprema. Cada una de estas referencias es por sí suficientemente sugestiva como para que merezca ser analizada.
En su segunda visita del 27 de enero de 2006 (la primera a la que fue solo, ya que en la anterior había acompañado a Petracchi y se había mantenido en silencio),además de pedir ayuda para la modernización tecnológica del sistema (como ya detallamos), Lorenzetti elogió el sistema jurídico estadounidense y le anunció a la embajada que “espera promover” una conferencia judicial panamericana similar a una que la Corte Suprema de los Estados Unidos había organizado en 1995, y que  había sido financiada por Unaited States Agency for International Development (USAID), la oficina de desarrollo del Departamento estadounidense.
Cada vez que leo este párrafo –o el cable del que tomé la información- me pregunto qué posibilidades había de que Lorenzetti no supiera qué es y qué hace la USAID. ¿Qué tan ingenuo podía ser frente a la ficción de que es una agencia de asistencia independiente y no parte del esquema de seguridad nacional estadounidense? ¿Qué tan ingenuo podía ser, cuando para pedir financiamiento acomodó tan bien su discurso al de los intereses estadounidenses, al explicitar que los temas de la conferencia serían el estado de derecho y la protección de derechos en América? Los mismos temas que Estados Unidos había pretendido instalar como preocupación continental a través del ALCA, malogrado meses antes en Mar del Plata.
Lo que sí es seguro es que lo que entonces debía haber sido al menos una sospecha para quien ocupaba la presidencia de la Suprema Corte, hoy es una certeza: el presupuesto del Departamento de Estado y de la USAID pasaron desde este año a ser parte del presupuesto de seguridad nacional. Así, los Estados Unidos asumieron sin ocultamientos que el Departamento de Estado forma parte de su estructura de consolidación del poder.
Si volvemos sobre la cuestión de que fue en esta misma reunión que Lorenzetti abrió las puertas para una posible (¿segura?) infiltración por parte de las agencias estadounidenses, me siento inclinada a afirmar que ese día fue aciago para la seguridad de nuestro Estado y de los intereses de todos los argentinos. Una amenaza que –me temo- aún pende sobre nuestras cabezas.

La embajada, a través de sus cables, también da cuenta de que financió el viaje que Lorenzetti hizo a Washington entre el 1º y el 5 de octubre, para reunirse con varios miembros de la Corte Suprema de Estados Unidos, del Centro Judicial Federal, del American Law Institute y profesores de derecho de la Georgetown University y de la University of Maryland.
A su vuelta, Lorenzetti se reunió con Wayne para informarlo acerca del viaje y para retomar el tema de la conferencia judicial que se había pospuesto a julio de 2009: expresó su preocupación por la “amenaza a las libertades fundamentales en Bolivia y Venezuela” y comunicó que los otros miembros del Mercosur querían asistir y apoyaban su enfoque. Pero el financiamiento que esperaba de la USAID no sería tal: la embajada le hizo saber que la USAID sólo ofrecía cubrir los gastos de viaje de los jueces de los países más pobres.
La conferencia volvió a postergarse, esta vez para septiembre de 2009. Y Lorenzetti y Maqueda volvieron a viajar a los Estados Unidos para su organización. Una frase muy interesante para el análisis es que el embajador Wayne no le solicitó al Departamento de Estado su apoyo para la organización de la conferencia, sino para el proyecto de Lorenzetti de creación de un cuerpo regional para defender el Estado de derecho en América. Para la creación de la Alianza del Pacífico -que ha asumido ese propósito en articulación con el gobierno de Washington-  todavía faltaban casi dos años. ¿Andaría en eso, por entonces, don Ricardo Lorenzetti?
La página web del Centro de Información Judicial (CIJ) registra que la Conferencia de Cortes Supremas de las Américas finalmente se realizó el 3 y 4 de septiembre de 2009 en el hotel Hilton de Puerto Madero. Asistieron treinta magistrados de la región. En la apertura hablaron Lorenzetti y el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza. El cierre lo compartieron Lorenzetti y la jueza de la Corte Suprema estadounidense Ruth Bader Ginsburg. No constan referencias sobre su financiamiento.


Poco tiempo después de finalizada la conferencia, Wayne dejó su cargo y fue sucedido por Vilma Socorro Martínez. Bajo la nueva administración, tanto la embajada como Lorenzetti parecieron perder interés mutuamente.
Aparentemente.
El nombre de Lorenzetti volvió a aparecer abrupta e impensadamente en un cable fechado en enero de 2010 en el que se da cuenta de una reunión entre la nueva embajadora y la diputada nacional por el PRO Gabriela Michetti. Sorpresivamente, Michetti comenzó a dar detalles de la existencia de un grupo informal de políticos opositores, jueces y empresarios que se reunían en secreto. Como si con la confidencia no alcanzara, agregó que le gustaría que la embajadora conociera al grupo. Y entre los integrantes que nombró incluyó al presidente de la Corte Suprema de Justicia.
Según contó, este grupo informal está formado, además de por sí misma y por Ricardo Lorenzetti, por el diputado nacional por la Coalición Cívica Alfonso Prat Gay; el gobernador peronista de Salta Juan Manuel Urtubey, el presidente del Partido Radical Ernesto Sanz, y empresarios y banqueros. Y se encargó de aclarar que la mayoría de los principales líderes de la oposición podría incluirse en el mismo. A la única que dejó afuera, explícitamente, fue a Elisa Carrió. Y eso que presumen de ser buenas amigas.

Pero lo más revelador llegó al final: cuando invitó a la embajadora a conocer al grupo, le preguntó si algún experto de los Estados Unidos podría hablarle al grupo de algún tema que fuera de su interés. Supongo que es lógico: si uno va a avasallarse, hay que hacerlo apropiadamente. No es cuestión de errarle a los deseos del señor.

Concluyendo…
Tantos hilos se soltaron al ir abriendo esta madeja, que va a ser necesario volver a juntarlos para no olvidar con qué habíamos comenzado.
Para ir concluyendo, voy a apelar a una anécdota que grafica claramente lo que hemos venido deshilvanando sobre el modo en que Estados Unidos concibe la propiedad intelectual y la protección de sus marcas y patentes.
El 7 de octubre de 2009 la embajadora Vilma Socorro Martínez firmó un cable titulado “Liderando el camino hacia la edificación verde en la Argentina”, en el que habla de las dificultades para vender una certificación estadounidense de “edificios verdes” llamada LEED (Leadership in Energy & Enviromental Design).
El informe va más allá del análisis de las ventajas con que este tipo de edificios (de bajo consumo energético) favorece el medio ambiente: destaca que la venta de certificaciones ayuda a las empresas de Estados Unidos porque éstas tienen los materiales y la experiencia que hace falta para fabricar edificios de ese tipo que cumplan con la norma LEED.
El Argentina Green Building Council (Consejo Argentino de Edificios Verdes) organizó un evento para promocionar la norma LEED. Y en un extraño rapto de sinceridad, la embajada admite en el cable en el que lo cuenta que La certificación de edificios verdes aporta un ejemplo interesante del delicado balance que deben mantener los argentinos entre el reconocimiento del valor de la tecnología y las ideas de los Estados Unidos y sus sospechas de estar siendo cooptados por reglas estadounidenses.
Parece que, se trate de medicamentos, software, edificios verdes, o lo que sea que esté en cuestión, no podemos distraernos del peligro de estar siendo cooptados por reglas al servicio de los intereses estadounidenses. Después de todo, hasta ellos mismos admiten la posibilidad.
A nuestro alrededor abundan quienes lo han sido.


Viviana Taylor