lunes, 25 de junio de 2012

La guerra de la Triple Alianza: Monsanto – Clarín – La Nación


Argentina y cómo no ser Paraguay





El último 23 de junio, en mi blog Lapicadura del mosquito, publiqué un artículo titulado “Lugo, ¿qué le pasó?”, intentando analizar algunas de las variables más importantes que intervinieron en su destitución. Quiero retomar el último párrafo:

Pero los muertos de Curuguaty son también una señal para Argentina, y no sólo por lo anterior. Son una señal del extractivismo expoliador, que nos muestra obscenamente hasta dónde es capaz de llegar, y que está dispuesto a hacerlo. Quizás no sufrimos el algodón de Monsanto: a nosotros nos inundó con su soja. Y padecemos la misma concentración de la tierra, el mismo sistema regresivo de impuestos, las mismas protestas de los mismos grupos concentrados de poder, y con idénticas estrategias.”

 Hoy voy a volver sobre este tema, ¿por qué escribí este último párrafo? ¿Cuáles son las evidencias que me motivaron a hacerlo?



 Hagamos un poco de historia

Si existe un país en el que la multinacional haya podido hacer todo lo que le viniera en gana sin el menor obstáculo, ese es Argentina”.

 Marie-Monique Robin

El mundo según Monsanto




La soja transgénica ingresó a la Argentina en el año 1996, de la mano de Felipe Solá, Secretario de Agricultura del Presidente Carlos Saúl Menem. Así, nuestro país se convertía en el segundo, después de Estados Unidos, en autorizar su llegada. Claro que Estados Unidos era desde donde la soja transgénica venía, así que podríamos decir con más justicia que fuimos el primer país receptor.

El periodista Horacio Verbitsky contó en un artículo de Página/12 cómo se violaron procedimientos administrativos, se ignoraron los cuestionamientos de las instancias técnicas, y no se realizaron los análisis especificados por distintos organismos. Lo llamativo es que no se hizo mucho por ocultar la mano de Monsanto en el proceso de autorización: el expediente administrativo estaba escrito en inglés, y nunca fue traducido al castellano, y de los 136 folios, 108 eran informes presentados por la multinacional estadounidense. Mejor que decir que se trató de un expediente ad hoc, deberíamos decir que directamente lo armó Monsanto. Solá firmó el documento el 25 de marzo de 1996.



¿Qué es Monsanto?

Monsanto es la firma por excelencia en el mercado de los organismos genéticamente modificados.

Si bien su casa matriz está en St. Louis, Missouri, Estados Unidos, tiene oficinas en numerosos lugares del mundo, lo que le permite a la empresa estar en inmejorables condiciones para entender las necesidades de sus clientes y desarrollar innovaciones que presentan como propuestas a sus necesidades. Cuando corresponde a sus propias necesidades e intereses empresariales, como veremos más adelante, esta descentralización también les permite comprender –y ejercer- presiones sobre sus clientes y los países donde están. Estas filiales son oficinas administrativas y de venta, plantas de fabricación, plantas productoras de semillas, centros de investigación y centros de aprendizaje, que funcionan en bloque,  de modo que cada vez que acuerdan un negocio lo hacen contemplando todas estas áreas, algo que también veremos en detalle. Claro que la misión con la que se presentan es bien otra: el compromiso con la agricultura sustentable y el desarrollo de los productores. Una misión que, como también veremos, es la pantalla que encubre otras no tan altruistas.


La entrada de Monsanto a nuestro país estuvo auspiciada por políticos, pero no sólo por ellos. También fue promovida por los medios de comunicación, con los que ha establecido negocios muy interesantes. Uno de los impulsores, tanto de la soja transgénica como del glifosato, fue el ingeniero Héctor Huergo, pariente lejano de Ernestina Herrera de Noble y director del suplemento y el canal Rural de Clarín. Resulta que entre febrero y noviembre de 1994, Huergo había dirigido el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), designado por el propio secretario de Agricultura, Solá, cuya agente de prensa –Silvia Mercado- casualmente estaba casada con Huergo. Como vemos, todo estaba quedando en familia.

Parece ser que su gestión frente al INTA fue destacada, a pesar de breve, ya que el ingeniero agrónomo e historiador Alberto Lapolla declaró al diario Tiempo Argentino: “Huergo arruinó el INTA. Sin ningún tipo de escrúpulos, transfirió el capital genético estratégico para el país a distintas multinacionales del agronegocio, como Monsanto y Nidera. También les permitió el acceso a los archivos secretos del organismo. Quienes estaban en desacuerdo, eran despedidos inmediatamente. Hoy, Huergo es el máximo defensor de la soja transgénica y el glifosato”.



Estos nexos entre Clarín –la corporación mediática más poderosa del país- y las corporaciones del agronegocio son fáciles de reconocer. Cada suplemento del Clarín Rural y muchos de los programas de Radio Mitre –en especial Mitre y el Campo-  están plagados de publicidades de Monsanto, Syngenta, Nidera, Basf, Bayer y Don Mario. Y esto sólo por tomar dos de los medios del grupo. Y así como se repiten los elogios, las denuncias no tienen lugar.

Para no sobreabundar en ejemplos que pueden ser fácilmente constatables tomándose unos minutos en un buscador de internet, sólo voy a referir que, particularmente en la edición de Clarín del día en que estoy redactando este artículo -24 de junio de 2012- en los antecedentes de la destitución del presidente paraguayo Lugo no se hace una sola alusión al papel de Monsanto en la crisis (página 22).



Pero estos medios fueron más lejos aún que el simple silencio. El doctor Andrés Carrasco, uno de los investigadores más importantes del país, con una experiencia de 30 años en desarrollo embrionario y que presidió el CONICET, fue víctima de difamación por denunciar los efectos de los agroquímicos sobre la salud humana.

En el año 2009, Carrasco realizó una investigación en la que comprobó que el glifosato produce malformaciones neuronales, intestinales y cardíacas, aun en dosis muy inferiores a las utilizadas en los campos argentinos. “El glifosato es un veneno, aunque algunos quieran sacarle ese mote y decir que es un químico. Es un veneno porque mata hierbas”, explicó. También contó a Tiempo Argentino que, poco después de presentar su trabajo, dos abogados de la CASAFE (Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes, que agrupa a proveedores de agroquímicos) irrumpieron en su laboratorio y amenazaron a sus colaboradores. Asimismo, fue víctima de presiones políticas y hasta llegó a ponerse en duda la existencia de su investigación.

Claro que Clarín no estuvo solo en esta campaña de difamación mediática. El diario La Nación –históricamente ligado a la Sociedad Rural Argentina y los sectores más conservadores del país- fue uno de los medios que lideró la campaña de desprestigio contra la investigación de Carrasco. Por ejemplo, en una nota del 24 de abril de 2009, titulada “No aparece un estudio crítico sobre el glifosato”, se refiere al trabajo del investigador como “un estudio de supuesta validez científica”.

Un día después, el artículo “Ante el riesgo de volver al pasado”, advierte sobre la “preocupación en el agro por la posibilidad de que se prohíba o suspenda el uso de glifosato, uno de los pilares sobre los que se apoya la producción nacional”, algo que traería “consecuencias muy graves”. El temor del diario fundado por Bartolomé Mitre estaba justificado: por esos días, la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas había presentado un amparo ambiental ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación, sustentado en la investigación de Carrasco, para suspender las fumigaciones de glifosato hasta que se tuvieran precisiones sobre la verdadera toxicidad del herbicida. En este mismo artículo, La Nación consulta diversas fuentes sobre la posible prohibición, y todas acuerdan en que las denuncias “no tienen sustento”: los organismos consultados resultaron ser la CASAFE, Aapresid (Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa, que reagrupa a 1500 grandes productores) y Acsoja (Asociación de la Cadena de la Soja en Argentina, que reúne a 29 organizaciones empresariales y otras instituciones con incidencia en la cadena de la soja); todos ellos  los que mayores réditos económicos obtienen gracias a la soja y el glifosato.

A pesar de toda esta campaña, la investigación de Carrasco fue revisada y publicada en agosto de 2010 por la prestigiosa revista internacional Chemical Research in Toxicology, lo que finalmente le otorgó aval científico frente al ámbito académico.



¿De dónde viene la relación entre Clarín, La Nación y Monsanto?

Tanto Clarín como La Nación están asociados en la organización de la feria anual Expoagro, en la que todos los años se realizan negocios millonarios vinculados a los productos transgénicos y los agroquímicos.

Los datos están el la propia página oficial de la organización que cuenta que “Expoagro es una muestra agropecuaria a campo abierto que se realiza una vez por año y dura cuatro días. Se emplaza siempre en diferentes campos de las zonas agrícolas con mayor potencial productivo de Argentina; de las mejores tierras del mundo. Allí se acondiciona el predio para la exposición donde casi un millar de stands de diferentes empresas expondrán los bienes, insumos y servicios que se necesitan en el campo para producir granos y carne”.

Es el propio sitio el que cuenta que sus accionistas son los diarios Clarín y La Nación, no dando cuenta de ningún otro. Y le dedica un apartado a la indicación de que promociona semilleros y agroquímicos, “donde las empresas líderes en investigación biotecnológica y agroquímica exhiben en cada campaña los materiales y soluciones que sustentan la rentabilidad del productor agropecuario”.



A estas complicidades entre los medios de comunicación y las multinacionales, se le suma la responsabilidad del Estado. Aunque aquí el análisis no es tan simple.

Por un lado, es cierto que el Estado recauda una importante cantidad de dinero a través de las retenciones que fija a los productores de granos. Por otro, también es cierto que no hay controles rigurosos ni estudios epidemiológicos serios. A esto debemos sumarle que los proyectos que se remiten al Congreso para regular el uso de agroquímicos nunca terminan de llegar al recinto para su aprobación. Y la razón fundamental es que hay muy fuertes intereses tanto de las multinacionales como Monsanto, como de los grandes pooles de siembra –atrincherados en la Sociedad Rural- que ejercen presiones para nosotros bien conocidas cuando ven afectados sus intereses.



MONSANTO. Su relación con el campo argentino según sus propias palabras


El 1 de marzo de 2006, en su sitio oficial en Argentina, Monsanto publicó un artículo llamado 50 Años de compromiso con el campo argentino.

En él cuenta que la compañía había decidido celebrar 50 años en Argentina con una importante presencia en Expochacra y Feriagro, y con el relanzamiento de la UEDAP (Unidades Experimentales de Alta Producción)

¿Por qué era tan importante la presencia en estas ferias y el relanzamiento de la institución? En el mismo artículo se da cuenta de que toda la acción estaba centrada en la promoción de una única idea dominante: toda la información puede estar en una sola semilla.



¿Qué es la UEDAP? 

Se las define como centros de transferencia tecnológica al campo. En ellas se realizan los ensayos de investigación y desarrollo cuyo principal objetivo es generar y transferir información relacionada con el cultivo del maíz en distintas zonas agroecológicas. Las instituciones que la conforman son AAPRESID y AACREA,  junto con las siguientes empresas:

AGRINPLEX - Silo Bolsa
BALANZAS HOOK - Balanzas
BANCO GALICIA
BAYER - Agroquímicos
BERTINI - Sembradoras
BASF - Agroquímicos para girasol
CESTARI - Tolvas
CLAAS - Cosechadoras
MERCOBRAS - Equipos meteorológicos
PALOU - Embolsadota
PLA - Fumigadoras
PROFERTIL - Fertilizantes
RIZOBACTER - Agroquímicos
TOYOTA - Pick Up
VALTRA - Tractores
CLARÍN RURAL - Medios de Comunicación



¿Por qué semejante importancia otorgada al maíz?

La importancia central del maíz, y esta idea de toda la información en una sola semilla, queda aclarada en una nueva publicación, esta vez del 31 de agosto de 2007, cuando Monsanto celebra la aprobación por SAGPyA (Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos de la Nación) del primer evento doble para maíz, que combina las tecnologías MG y RR2. Este Maíz Gard (MG) está modificado por tecnología Bt, que protege a la planta del ataque de insectos lepidópteros. La tecnología RR2, o RoudUp Ready permite la utilización del Roundup (uno de los nombres comerciales del glifosato) sobre el cultivo de maíz. Según la empresa, esta acumulación de eventos tecnológicos permite un nuevo sistema de protección que potencia el rendimiento de los cultivos.

Pero… ¿qué significa esto en realidad?

Como ya conté en mi artículo anterior en este blog, la tecnología Bt significa que la semilla está mezclada con el gen del Bacillus Thuringiensis, que es una bacteria que suele usarse como alternativa biológica a los pesticidas, y que habita en el suelo, las superficies poco iluminadas de las plantas y el intestino de las orugas de diferentes tipos de polillas y mariposas. Durante la esporulación, muchas cepas de esta bacteria producen cristales proteínicos que poseen propiedades insecticidas, y es por esta razón que desde 1920 se las ha estado usando con este fin y actualmente se las puede encontrar bajo nombres comerciales como Dipel y Thuricide. Además, desde 1985 se las ha venido empleando para producir organismos genéticamente modificados con tolerancia a los insectos. Este uso es el que está en discusión: los defensores de esta tecnología sostienen que aporta mayores beneficios a los agricultores, sobre todo a aquellos de bajos recursos de los países en vías de desarrollo; los detractores cuestionan esta ayuda. La discusión es difícil de resolver ya que no son suficientes las investigaciones independientes, escasean las comparaciones controladas, y las pocas que hay de unas y otras suelen ser silenciadas.

Respecto del impacto ambiental, si bien los estudios parecieron ser positivos durante los primeros diez años (1996-2005, sobre cultivos de maíz, patata y algodón en Estados Unidos), en estudios de laboratorio quedó probado que las toxinas pueden afectar a los organismos no objeto de control que ingieren o consumen partes de estas plantas genéticamente modificadas.

Otro problema es que las plagas tienden a hacerse resistentes a la toxina. Un método ecológico para reducir esta resistencia es la creación de refugios de cultivos no modificados, de modo que algunos insectos no resistentes puedan sobrevivir y mantener así una población vulnerable a la toxina. Esta estrategia se basa en la suposición de que los genes resistentes serán recesivos. Es por esto que en 1996 la comercialización del algodón y el maíz transgénico se acompañó de una estrategia de este tipo, y los planes de gestión de la resistencia de los insectos se volvieron obligatorios para cultivos no sólo en Estados Unidos sino en varios países del mundo.

La tecnología RR2 o RoundUp Ready, le permite a la planta volverse resistente al glifosato, un herbicida no selectivo de amplio espectro, desarrollado para la eliminación de hierbas y arbustos, es especial los perennes. Por ejemplo, es con este producto que los Estados Unidos suelen rociar los campos de coca en Colombia. Y aunque los estudios son algo contradictorios, parecen revelar que este uso ha permitido el desarrollo de coca naturalmente resistente al glifosato, a la que se denomina Bolivia negra.

El glifosato es el principio activo del herbicida Roundup, el nombre comercial producido por Monsanto. Así, la misma empresa que vende las semillas, vende el herbicida al que es resistente.

Como la marca registrada Roundup expiró en el año 2000, el glifosato se vende bajo otros muchos nombres comerciales, como Aquaneat, Aquamaster, Rodeo, Pro Concentrate, Genesis Extra II, Razor Pro, Buccaneer, etc. Como pueden contener otros ingredientes, también pueden causar otros efectos.

Si bien la Organización Mundial de la Salud ha clasificado a este herbicida como levemente tóxico, quedó demostrado que la exposición causa muerte de embriones, placentas y células umbilicales en humanos in vitro aún en bajas concentraciones; y que los subproductos de la degradación dañan las membranas celulares. En contacto con el suelo daña su superficie y contamina el nivel freático cuando penetra en la tierra por la acción del agua.



Cuando en 1996 se permitió el ingreso de la soja transgénica en Argentina, la misma estaba doblemente modificada con esta tecnología. Pero junto con la soja ya se estaba experimentando en otros cultivos, como el maíz, el sorgo, la canola, la alfalfa, el algodón –en el foco de la crisis política de Paraguay- y el trigo. El maíz fue, justamente, el anunciado producto de esta publicación. Y esto a pesar de que ya para 1996 –diez años antes- la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos había descubierto en dos ocasiones adulteración de datos en  investigaciones de científicos contratados por Monsanto para investigar los efectos del glifosato. Como si fuera poco, también ese mismo año, la empresa fue acusada de publicidad engañosa. Y el 20 de enero de 2007, casi un año más tarde de anunciar con bombos y platillos la gran noticia para Argentina sobre su maíz doblemente modificado, fue declarada culpable nuevamente de publicidad engañosa por presentar el Roundup, justamente parte de la tecnología introducida, como biodegradable y alegar que el suelo permanecía limpio después de su uso.

Es por esta declaración de culpabilidad que el 29 de agosto de 2007, Monsanto está tan preocupada por publicar en su sitio de Argentina que la Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad de Brasil, había autorizado el lanzamiento al mercado  de su YieldGard, el maíz resistente a los insectos y plagas, modificada específicamente contra el taladro.

Y vuelve a hacer una publicación estratégica en abril de 2008, en plena crisis entre el gobierno y el campo, de una noticia que en realidad ya tenía fechada el 27 de diciembre de 2007: Maíz MGRR2, la alternativa de mayor rendimiento disponible en la Argentina, sobre un tipo de maíz que combina las tecnologías de MaizGard y RoundUp Redy 2 (tolerante al glifosato), al que publicita como más limpio, sano y con mejor calidad de grano, además de aumentar la rentabilidad del cultivo en aproximadamente un 27%. Lógicamente, con la promesa de estas ganancias, cuando Carrasco publica su investigación en Argentina sobre los efectos adversos del glifosato sobre la salud, no sólo la empresa estaba dispuesta a desacreditarlo: ya vimos cómo se puso en funcionamiento la alianza con los medios para hacerlo. Y eran pocos los dispuestos a escucharlo.



Por supuesto, el desarrollo de nuevas variedades de maíz se ha seguido sucediendo. El 10 de abril de 2010 Monsanto presentó la variedad Genuity VT Triple PRO, con mayor resistencia a las plagas y más tolerancia a los pesticidas, cuya desregulación por parte del Secretario de Agricultura de la Nación, Ingeniero Lorenzo Basso fue anunciada por la empresa el 20 de octubre de ese mismo año. Variar la composición genética de las semillas es, evidentemente, un buen negocio. Sobre todo porque es la mejor manera de luchar contra la conservación de parte de las semillas obtenidas en la cosecha para una nueva siembra–algo que a Monsanto, como veremos, le preocupa enormemente- y evitar el vencimiento de las patentes, algo que, como veremos al analizar la evolución de la soja, también le preocupa mucho.



Mientras tanto se avanzaba con el maíz… ¿qué estaba sucediendo con la soja?

Como conté al comienzo de este artículo, la soja transgénica ingresó a la Argentina en el año 1996, de la mano de Felipe Solá, Secretario de Agricultura del Presidente Carlos Saúl Menem, convirtiéndose en el segundo país, después de Estados Unidos, en autorizarla. Para lograrlo se violaron procedimientos administrativos, se ignoraron los cuestionamientos de las instancias técnicas, y no se realizaron los análisis especificados por distintos organismos, además de que sobran las evidencias de que el expediente –firmado por Solá el 25 de marzo de 1996- fue prácticamente redactado por la propia Monsanto.

En un documento fechado el 26 de febrero de 2004, en el que el GrupoETC, denuncia que Estados Unidos había realizado un acuerdo con la empresa Monsanto para condonar la contaminación transgénica y minimizar el Protocolo de Bioseguridad, cuenta que la empresa había anunciado en enero de ese año que dejaría de vender la semilla transgénica en Argentina porque los agricultores la estaban conservando ilegalmente, dificultando que la compañía cobrara sus regalías.

En este informe se cuenta que el caso de Argentina era el ejemplo más exitoso de la industria biotecnológica, debido a la rápida aceptación de la soja Roundup Ready, habiéndose convertido en el país con más superficie de cultivos transgénicos a excepción de Estados Unidos, y en el tercer productor de poroto de soja (la semilla transgénica cubría el 96% del área total plantada en 2003). Sin embargo, Monsanto se quejaba de que la práctica de conservar semillas para ser sembradas había hecho mermar sus ganancias, y por eso lanzaba su amenaza: o se respetaban las reglas de juego, o desaparecería el soporte tecnológico.

El gobierno de Argentina acusó recibo y ofreció facilitar los pagos a Monsanto –y a otras compañías, aunque en menor medida- a través de la creación de un Fondo de Regalías, que permitiera recuperar las inversiones en cultivos biotecnológicos. Este fondo se creaba imponiendo un impuesto general a las ventas de trigo y soja, lo que era como un sueño convertido en realidad para la empresa, ya que se garantizaba el cobro de patentes monopólicas mediante un impuesto en las ventas de las semillas, de modo que se trasladaba todo el gasto a los agricultores y el público.

Un beneficio secundario es que Monsanto estaba teniendo esos mismos problemas en Estados Unidos, donde la pelea –si se ventilaba en los medios de comunicación- podía ocasionarle mala imagen, por lo que esperaba que el modelo de solución alcanzado en Argentina pudiera usarse de modelo de negociación no sólo en Estados Unidos sino en otros países donde pudiera presentarse el mismo problema. Así, el caso de Argentina se convirtió en un precedente peligroso: las patentes monopólicas podían volverse innecesarias si los Estados estaban dispuestos a actuar como “policía genética”. Se abría con esto una solución para negociar con los países que no reconocían patentes o no las apoyaban.



La gran pregunta era, ¿por qué el gobierno de Argentina estaba en el año 2004 dispuesto a negociar estas condiciones con Monsanto? ¿Tanta era la dependencia de la soja transgénica que se estaba cediendo a semejante chantaje biotecnológico?

Si se amplía la mirada, nuestro país no estaba solo en esta ecuación. En 2003 Brasil, nuestro competidor más cercano en la producción de soja, había ignorado la oposición popular y legalizado la siembra de soja transgénica para la temporada 2003-2004. Inmediatamente Monsanto amenazó a los agricultores brasileños que estuvieran plantando semilla de soja transgénica obtenida en el mercado negro, de modo que se logró la aplicación del mismo acuerdo de negociación que en Argentina: la cuenta de las regalías se pasaban a los compradores de la semilla de soja cosechada, fueran exportadores o procesadores. Monsanto se comprometió a donar el 1% de esas regalías a un instituto de investigación sobre cultivos de Rio Grande do Sul, de modo que en la práctica no invertía nada en extender su influencia a la investigación agrícola en Brasil.

Con nuestro competidor comercial más cercano llegando a acuerdos similares, se sentía que no era posible dar ventajas, sobre todo con nuestra economía intentando salir de la recesión más grande de su historia.

Pero, a pesar de estos acuerdos más que beneficiosos, Monsanto no se detuvo y desarrolló la controvertida tecnología Terminator para dar por terminado el problema de la conservación de semillas transgénicas: su esterilización genética. Esta tecnología permitió un triple control que puso todas las ventajas del lado de la empresa: la tolerancia de las semillas a altos niveles de contaminación por glifosato, el logro de que los gobiernos impusieran impuestos para generar regalías por el uso de patentes, y a la vez que terminaran sintiéndose obligados a aceptar la esterilización genética de las semillas obtenidas para evitar los gastos que pudiera generarle el acuerdo de vigilancia de las patentes.



Con tantas presiones, era necesario ofrecer a modo de compensación una soja mejorada para no desalentar a los agricultores. Y, de paso, extender los negocios a nuevos ámbitos. En Argentina la publicación del anuncio llegó el 19 de diciembre de 2005: Nueva familia de sojas con mejor calidad nutricional. Según la publicación, siempre en el sitio oficial de Monsanto en Argentina, se había logrado una nueva variedad para reducir el contenido de “grasas trans”. El nuevo cultivo, que se comercializa con el nombre de Vistive, fue desarrollado en Estados Unidos, y posee un bajo contenido de ácido linoléico. Las sojas Vistive contienen menos del 3% de ácido linoléico, comparado con el 8% que contienen las tradicionales. Según la empresa se trata de un aceite más estable, con menores necesidades de hidrogenación y cuya utilización reduce el contenido de grasas Trans en los alimentos (un subporducto del proceso de hidrogenación parcial que se utiliza para aumentar el plazo de vencimiento y la estabilidad del sabor en los alimentos fritos, productos de panadería, comidas rápidas y otros alimentos procesados, y que tiene directa relación con las enfermedades cardíacas). Así, y como destacaba en esta misma publicación, se adelantaban a la exigencia del MERCOSUR que, a partir del 1º de agosto de 2006 obligaba a la rotulación nutricional de todos los alimentos envasados (RGMC 44/03, 46/03 y 47/03). Una vez cosechada, esta soja sería procesada por 4 empresas: Cargill, ZEELAND, CHS y AGP, encargadas de comerciar el aceite procesado a las empresas alimentarias. Y el anuncio-enganche: a los productores interesados en sembrar soja Vistive se les pagaría un Premium sobre el precio de la soja convencional. Así es como se aseguraban la producción para las empresas con las que ya habían cerrado negocio, y más regalías cobradas en cada eslabón de la cadena de producción y comercialización.

Justo una semana antes de esta publicación, Kellogg’s ya había anunciado nuevas inversiones para la producción de alimentos basados en aceites de soja de bajo contenido en ácido linoleico, en acuerdo con Monsanto.

Esta variedad de soja, por supuesto, también contiene la tecnología Roundup Ready.



Ahora bien, veamos, ¿es tan bueno, nutricionalmente, un aceite reducido en ácido linoleico?

El ácido linoleico es un ácido graso esencial para el organismo humano, lo cual significa que el organismo no puede sintetizarlo y tiene que ser ingerido por la dieta. Tanto a este ácido como a sus derivados se los conoce como omega-6 y se los encuentra en diversos aceites vegetales, en los huevos y en las aves de corral. Su ingesta adecuada promueve la disminución de los triglicéridos, de la presión arterial y el decremento en la agregación plaquetaria.

Su ingestión permite, además, la síntesis del acido araquidónico, que no puede ingerirse por dieta directamente. Dado que su exceso promueve estados de inflamación, inmunosupresión y agregación plaquetaria suele ser considerado potencialmente dañino, algo que no es necesariamente cierto en dietas moderadas y variadas. Y, paradójicamente, también produce mediadores antiinflamatorios y tiene un rol clave en el desarrollo neurológico (la leche humana contiene niveles importantes, y cuando se la agrega en fórmulas infantiles junto con omega-3 permite a los bebés prematuros un desarrollo del sistema inmune similar al de los bebés alimentados con leche materna).

 El ácido linoleico conjugado es producido por la flora gastrointestinal de los rumiantes a partir del ácido linoleico, y aunque el cuerpo humano también lo produce, lo hace en cantidades muy pequeñas. Posee un efecto antiaterogénio e hipolipemiante, efectos sobre la composición corporal por reducción de la grasa corporal y el metabolismo energético, anticancerígeno, acción sobre el sistema inmunitario y efectos sobre la resistencia a la insulina.

Como nos preguntábamos unos párrafos más arriba, ¿es tan bueno, nutricionalmente, un aceite reducido en ácido linoleico? Por lo visto, aparentemente no. Más bien parecería otra de las publicidades engañosas a las que Monsanto ya nos tiene acostumbrados, que le permite variar la calidad de las semillas que produce para poder seguir cobrando regalías y expandiendo no sólo las zonas de siembra, sino sus negocios.



En Junio de 2009, la noticia que publicaba Monsanto era  Avanza la aprobación de la soja bt rr2 de Monsanto en Brasil y Paraguay,  una noticia que el 9 de abril de 2010 se extendía a todo el MERCOSUR. Así se lograba introducir en toda la región una soja BtRR2Y, con dos eventos biotecnológicos acumulados, el RR2Y y el Bt (ya expliqué las características de esta tecnología para el maíz que se venía sembrando en Argentina desde 2006). Por lo tanto, para nosotros no se trataba de una noticia desde el punto de vista tecnológico, aunque sí económico: si se extendía esta tecnología a nuestros competidores cercanos desaparecerían las ventajas ante ellos. Y si bien ya prácticamente toda la soja sembrada en nuestro país era transgénica, Monsanto hería nuestro narcisismo al decir de estas plantaciones en su publicación que “los ensayos actualmente sembrados en la Argentina son demostrativos y regulados, por lo cual Monsanto tuvo que solicitar permisos especiales a los organismos regulatorios nacionales”. Y agregaba más “Si bien Monsanto ya ha obtenido patentes que protegen los nuevos eventos biotecnológicos, la fecha de lanzamiento en la Argentina es aún incierta, por no contar el país con un sistema eficiente de reconocimiento de la propiedad intelectual de las tecnologías que proteja y garantice las inversiones en investigación y desarrollo de las empresas semilleras y biotecnológicas.” Por si no habíamos entendido con suficiente claridad, insiste: “Distinta es la situación en Brasil y Paraguay, ya que en ambos países se cuenta con un sistema eficaz y eficiente de reconocimiento de la propiedad intelectual. (…) Tanto en Brasil como en Paraguay, se espera lanzar esta tecnología en 2011.” A uno de los dos, ya hemos visto en estos días cómo le fue.


¿A qué se debían estas amenazas encubiertas?

El 19 de enero de 2009, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner había dictado el Decreto 21/2009, a través del cual se creaba la Comisión Nacional de Investigación, que funciona con sede en el Ministerio de Salud. Entre sus objetivos, señala como 3º- Delinear pautas para contribuir al uso racional de químicos y agroquímicos; como 9º- Proponer campañas de concientización y educación sobre el uso, manipulación de químicos y agroquímicos; y si los consideramos en relación con el 5º- Identificar los problemas generales en la atención sanitaria de la población afectada, se puede comprender que la empresa Monsanto estuviera particularmente preocupada por el destino de sus negocios en el país. Sobre todo cuando leemos en los considerandos del Decreto que se hace mención especial al Barrio Ituzaingó, un caso emblemático de contaminación por las fumigaciones con glifosato en zonas urbanas y periurbanas. No quedaban dudas de que era una destinataria clara de las acciones de la Comisión recién creada. Rápidamente acusó el golpe, y de la manera en que suele hacerlo en cada país y en cada situación en la que se siente amenazada.

Como si fuera poco, el 15 de abril de 2009, la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas inició una acción de amparo ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en al que solicitó una serie de medidas de protección del ambiente y la salud de la población nacional ante las consecuencias de la utilización de este agrotóxico, invocando el principio precautorio del derecho ambiental. Si bien los demandados fueron el Estado Nacional y las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, a Monsanto se lo cita como “tercero interesado”.

Justamente fue para esta época que los medios periodísticos anunciaron el trabajo de Andrés Carrasco al que me referí al principio de esta nota, sobre malformaciones neuronales, intestinales y cardíacas producidas por el glifosato sobre embriones humanos. Además de su cargo de subsecretario de Investigación Científica y Tecnológica del Ministerio de Defensa, Carrasco tenía una larga experiencia como investigador del CONICET; pero nada de esto lo salvó de ser difamado tanto en los diarios Clarín como La Nación, como también ya conté. A estos medios se sumaron el doctor Keith Solomon, que criticó cuestiones de metodología, y el Ministro de Ciencia y Tecnología Lino Barañao, que lo desacreditó públicamente. Sin embargo, diversas instituciones y organizaciones se solidarizaron, denunciando la campaña de difamación y amenazas.

La interpretación más curiosa fue la de las cámaras del sector agropecuario, que adhirieron a las versiones de que todo se trataba de una campaña de desprestigio, pero se erigieron a sí mismas en las víctimas de la misma, sosteniendo que el trabajo de Carrasco había sido orquestado por el Poder Ejecutivo en venganza por el paro de las patronales agropecuarias en 2008, debido a las retenciones a las exportaciones de soja.

A partir de entonces se han sumado las investigaciones que han dado cuenta de la presencia de sustancias tóxicas derivadas del uso de glifosato en granos maduros y verdes de soja, en el suelo para la siembra, y las napas freáticas. Pero también se han seguido publicando notas en Clarín y La Nación en apoyo de su uso.


¿Por qué Clarín y La Nación apoyan el uso de glifosato?

 El 6 de abril de 2011, Manuel Alfieri publica un artículo en Tiempo Argentino preguntándose esto mismo.

Al trabajo del Doctor Andrés Carrasco les suma los del médico Alejandro Oliva, que advierten sobre el crecimiento de casos de cáncer posiblemente relacionados con el uso de agroquímicos, y los del doctor Jorge Kaczewer, sobre enfermedades neurológicas y problemas reproductivos.

El periodista consulta a una amplia gama de ONG, especialistas y personas perjudicadas por las fumigaciones, y todas llegan a la conclusión de que la razón más evidente parecería ser el sensacional conglomerado de intereses que se encuadran tras el llamado modelo sojero, para el cual el glifosato es una sustancia clave, y en el que aparecen en escena grandes multinacionales, medios de comunicación afines a estas empresas, políticos y altos funcionarios públicos, muchos de ellos relacionados entre sí (ver “Quiénes lo defienden).

Lo cierto es que se trata de un modelo que mueve miles de millones de dólares por año, y que ha ido dejando cientos de pueblos contaminados a su paso.





DE CARA AL CENTENARIO DEL GRITO DE ALCORTA:
Estado de situación

Este año se cumplen 100 años de las huelgas agrarias conocidas como Grito de Alcorta, que dieron lugar a la creación de la Federación Agraria Argentina (FAA). De cara a este centenario, ¿qué está pasando hoy?

Veamos algunos números:



- La producción de soja aumentó de 10,8 millones de toneladas en la campaña 1990/91 a 47 millones en 2008/2009.
- La superficie destinada a la producción sojera es en la actualidad de 16,6 millones de hectáreas.
- Representa el 53% del total del territorio destinado a la producción agropecuaria.
- Durante 2009, la superficie implantada con soja recibió más de 200 millones de litros de glifosato.
- Un aumento de más del 1400% de lo aplicado en 1996, cuando llegó a los 14 millones de litros.
- A este herbicida se suman las aplicaciones de 2-4D, atrazina y endosulfán, que suman entre 32 y 37 millones de litros más.
- Representan 14,5 litros por hectárea por campaña.
- Son múltiples las consecuencias de la fumigación masiva de soja con estos productos. Se han afectado pobladores y existen sólidas denuncias basadas en registros de médicos hospitalarios de las regiones fumigadas.







Más allá de los números, son relevantes algunas descripciones. Como la que hace Jorge Rulli sobre Alcorta: "Hoy en esta zona lo que más se ve son tormentas de tierra. El suelo se está yendo de una manera acelerada, el suelo ha perdido su estructura, es un suelo arenoso, no tiene vida, no hay colonias bacterianas, cuando llueve no tiene olor a tierra mojada, no hay más lombrices, está saturado de agrotóxicos. Es un suelo enfermo, y sobre ese suelo hay una población enferma. No podría ser de otra manera. Al mismo tiempo, el monocultivo se transforma en una monocultura: un pensamiento precario, un pensamiento monótono, falta de debates, falta de ideas, falta de literatura, falta de poesía, no hay nada. El país de la soja es un país muy triste".


Lo más impresionante es la relación que establece entre esta cultura de la soja y la trata de personas: " Esta Argentina bestial. La Argentina de los secuestros de niñas, en San Lorenzo, que llevan a las niñas a los barcos de coreanos sin ningún control, nunca se sabe cuántas suben, cuántas bajan. En las barrancas, en las villas miserias, la cantidad de niños de rostros coreanos y chinos que aparecen. Esta Argentina tan triste, tan colonizada".


La abogada Graciela Cristina Gómez, por su parte, señala que "en Santa Fe, son violados los derechos de los niños, vivos y aún muertos, víctimas de las fumigaciones criminales sobre escuelas, pueblos, plazas y cursos de agua en forma indiscriminada. Los médicos en su mayoría cómplices, como los organismos estatales, justicia, medios de comunicación y municipios no conformes con la connivencia de todos en este genocidio encubierto, se manejan con total impunidad ante denuncias, reclamos, enfermos, cánceres que se multiplican y por si fuera poco, negando la historia clínica del paciente. Lo cual evidencia la falta de control, estadísticas, estudios epidemiológicos y un desprecio por la vida que sólo hemos visto en épocas del Holocausto".

 Sólo en Santa Fe, en siete años, 892 pibes fueron tomados por el cáncer que se disfraza en nombres técnicos: leucemias, tumores reticuloendoteliales, neuroblastoma, carcinomas. La leucemia linfoblástica aguda tiene un índice que debería perturbarnos: en esos siete años, cobró en la provincia 268 vidas recién inauguradas.

Como lo advierte Graciela Gómez: "decenas de niños están en tratamiento en Rosario y en el Garrahan, y otros ya fallecieron, pero ningún profesional certifica lo que dice en voz baja. Todo se oculta, todo se niega, con la finalidad de llenar los bolsillos de pocos, a costas de la vida de todos. Quienes denuncian son relegados, repudiados y excluidos, por la simple razón de ejercer sus derechos, que afectan la renta de los señores feudales de las Hilux. El interés superior del niño no existe".

El mismo Jorge Rulli ha señalado que "tanto el modelo rural como la producción de alimentos industrializados y su comercialización, se encuentran en manos de lo que se denominan los Agronegocios. Y esto se expresa mediante las cadenas agroalimentarias que se inician en un modelo de agricultura sin agricultores, no importa de quién sea la tierra, y que llegan hasta nuestra mesa en forma de productos envasados cargados de publicidad, de residuos agrotóxicos y de conservantes".

Para Rulli, "ha sido ese un proceso lento pero implacable de conquista del sector, un proceso de apropiación masiva de los mercados, de cooptación y especialmente de aculturación del productor, porque persuadir al hombre de campo que lo suyo era un agro business, y transformarlo de chacarero a pequeño empresario rural, no fue un hecho menor, sino decisivo, para poder imponer el modelo agroexportador de las biotecnologías y de la dependencia a insumos que ahora tenemos".

Estas declaraciones fueron difundidas por el Bloquede Prensa Regional – Santa Fe – Argentina. 



15 de junio de 2012

Mientras en Paraguay se estaba produciendo la tragedia de Curuguaty, cuyas consecuencias se proyectarían hacia la destitución del Presidente Lugo, Monsanto anunciaba inversiones en Argentina por más de $1.600 millones. Las amenazas del 2009, evidentemente, habían sido bien entendidas y las cartas se estaban acomodando.

El anuncio se hizo en el contexto de la reunión que se produjo en Nueva York, entre la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner y los directivos de la empresa, quienes le anunciaron el plan de inversiones, que contempla el desarrollo de una planta de producción de maíz en Córdoba, de Programas de Investigación y Desarrollo de maíz y soja, la construcción de dos nuevas Estaciones Experimentales (una en Córdoba y otra en Tucumán); investigación local en biotecnología y la expansión de laboratorios. Al igual que en las otras ocasiones, las inversiones cubren todos los flancos de la empresa. Y es evidente que se prevé un rol clave de Argentina en sus negocios, ya que estarán aquí las dos plantas más grandes del mundo en producción de semillas –ambas pertenecientes a la firma Monsanto-.

Para algunos medios no alineados a Clarín y La Nación –recordémoslo, asociados a Monsanto- las palabras de la Presidenta sobre algunos puntos tratados en la reunión fueron un real retroceso en el marco de la lucha contra la empresa: “Me explicaba recién la gente de Monsanto que este maíz que va a ser sembrado va a permitir que si se rota la tierra con este maíz, y luego con soja, el aumento de la productividad de la soja siguiente será de un 17% más”. Probablemente, a la luz de las promesas incumplidas y la publicidad engañosa de Monsanto, no sean más que disparates. Sin embargo lo que está claro es que la Presidenta de Argentina tomó nota de la situación: no parece estar dispuesta a ser una nueva Lugo, ni que la Argentina se convierta en Paraguay. El precio que está dispuesta a pagar, y nosotros con ella, no es bajo. Sin embargo, no sería justo adjudicarle toda la responsabilidad por esta aparente claudicación: son demasiados los sectores sentados al otro lado de la mesa. Allí están, junto con la empresa, las mayores corporaciones de medios, la Sociedad Rural Argentina, la Federación Agraria, y los políticos alineados a esta alianza. No es poco.





“Como compañía agrícola y tecnológica comprometida con los derechos humanos, tenemos una oportunidad única de proteger y promover los derechos humanos. Tenemos la responsabilidad de considerar no sólo cómo nuestros negocios pueden beneficiar a los consumidores, agricultores y procesadores de alimentos sino también cómo pueden protegerse los derechos humanos de los empleados de Monsanto y de nuestros socios comerciales”.






Viviana Taylor

24 de junio de 2012